LOS ANALES DE MULEY(2ª PARTE)(15)
Por YUSUF AL-AZIZ
Enviado el 19/11/2015, clasificado en Varios / otros
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Más no solo era trabajo,
también me divertía,
a las fiestas acudía
presto y bien aseado,
a todas ellas concurría
aunque no fuese invitado.
Pues tenía una edad
que mi sangre calentaba
y diversión buscaba,
mis mejillas enrojecían
cuando alguien me miraba
y mis colores fluían.
Los pueblos de mi entorno
eran mi viva fuente,
quería parar su corriente
para de su agua beber,
extasiarme consciente
y su sabia poseer.
Juventud, bien parecido,
con ganas de diversión,
era mi presentación
cuando iba de fiesta,
no perdía ocasión
de utilizar la testa.
Era tímido, callado,
pero buen observador
y poco conocedor
de los ingenios mundanos,
era un buen rastreador
de los recursos humanos.
Las fiestas me gustaban
y con frecuencia acudía,
pero mi timidez hacía
de mi persona un plantón;
mis deseos reprimía,
más no mi vocación.
En los tiempos de monda
las fiestas olvidaba,
la diversión no afloraba
y me rendía la fatiga;
la lívido susurraba
la búsqueda de una amiga.
La juventud es poderío,
una fuente inagotable,
un tesoro memorable
de múltiples radiaciones,
es un caballero amable
henchida de ilusiones.
Era tanto mi dinamismo
que sonrisa aguantaba
y con lentitud andaba
por las jaranas veladas,
divertirme ansiaba
en fiestas bien tronadas.
Visité muchos pueblos
y compartí amistades,
me enseñaron verdades
que ocultas se mantenían;
afloraban ansiedades
que olvidadas permanecían.
Fue tiempo de amistad,
de buenos compañeros
y andábamos ligeros
con nuestro equipaje,
éramos aventureros
contemplando el paisaje.
Hice muchas amistades,
pero solo un amigo,
siempre venía conmigo
mostrándome lealtad,
y era limpio trigo
lleno de sinceridad.
Era un autentico
y verdadero gitano,
un gran trovador mundano
de solemne etnia calé,
más decía ser humano
y yo no lo escuché.
Porque su mito cabalga
por sinuoso sendero,
tenía un caminar fulero
falto de credulidad.
El gitano es culero
y engaña a la verdad.
La leyenda del gitano
la arrastra el viento,
con sutil movimiento
su carácter esconde,
oculta su sentimiento
donde nadie lo ronde.
Legítimo calé era
con fama de embustero,
de oficio traicionero
con dos barajas jugaba;
tenía alma de fulero
y al agua odiaba.
Según le pedía el cuerpo
iba buscando trabajo,
trabajaba a destajo
y cobraba buen salario,
lo mandaba al carajo
aunque quedase precario.
Era buen trabajador,
pero poco persistente,
de dura y ágil mente
capeaba su vivir
con un aire que su ente
olvidaba el sufrir.
Era íntimo del cristal,
de su contenido amante
y se mostraba pedante
cuando ebrio hablaba;
se hacía el interesante
si embriagado estaba.
Vivía placido la vida
y a nadie tenía,
radiaba simpatía,
pero daba desconfianza;
poca amistad ofrecía
aunque tuviera bonanza.
Un día cambió su suerte:
le asignaron mujer
y tubo que obedecer,
bebió de aquella fuente
y brotó un amanecer
por el lejano poniente.
Lo casaron muy joven,
como a cualquier calé,
tétrico lo encontré
en su día de esponsales;
abrazado a él lloré
adivinando sus males.
Lloraba como un niño
por juguete desposado,
me miraba acongojado
por algo que nunca quiso,
pero aceptó obligado
el singular compromiso.
Ocultaba su quebranto,
afloraba su aflicción,
al cielo pedía perdón
aunque no era creyente,
más no perdía ocasión
de ser hombre sugerente.
¡Que he hecho, Dios mío!-decía-
Se lamentaba afligido,
cabizbajo, decaído,
sin ánimo, sin confianza;
se sentía oprimido
sin ninguna esperanza.
Le desplumaron las alas
y no pudo volar,
débil fue su caminar
en su fangosa tierra
que disipo su soñar
y empezó otra guerra.
Perdió su libertad.
Se marchitó el gitano,
era un buen ruano,
altivo y elegante,
era avispado y ufano,
y activo feriante.
Siempre el cañí será libre,
pues no sabe de cadenas,
se cree un gran mecenas
de la ansiada libertad,
aunque esconde sus penas,
te muestra su identidad.
Ninguno pierde sus alas,
pero mi compadre sabía
que llegó el temido día
de oscuros nubarrones,
serio, callado, presentía
en su casa a los ladrones.
Un triste día me dijo
que estaba en jaula de oro,
tenía el preciso decoro
para ocultar su presión,
que era un triste loro
sumido en su aflicción.
Lloraba a borbotones
aquel cañí desolado,
yo estaba apenado
por mi querido compadre;
siempre estuve a su lado
como si fuera su padre.
Me dijo que no podía
romper aquellos barrotes,
eran auténticos brotes
de un maléfico corazón,
mordaz como coyotes,
y rompía su ilusión.
Se acabó el gitano
charlatán y bailarín,
fue el principio del fin
de aquella esclavitud;
nunca miró al confín
por no perder juventud.
Se volvió solitario,
borrachín y fulero,
era siempre el primero
en provocar altercados;
era todo un majadero
de sentidos amargados.
Perdimos la mistad
por culpa de la bebida,
él extravió su vida
y no la pudo encontrar;
fue como una partida
que había que ganar.
¡Y perdió la partida!
Su hígado no aguantó,
su órgano reventó
causándole la muerte;
el gitano murió,
se esfumó su suerte.
Yo asistí al entierro
lloroso y afligido,
era amigo querido
y compañero de juegos,
fue un tesoro perdido
que encendió fuegos.
Acompañé al finado
hasta su última morada,
su tumba estaba enclavada
en un árido suelo
y una hembra desolada
lloraba su desconsuelo.
Sentí hondo su muerte
y su pérdida lloré,
en su amistad encontré
a un verdadero amigo
que con ansias respeté
y lo llevaba conmigo.
Mi desafecto a su etnia
no quitaba mi respeto
por tan singular sujeto,
fue un amigo cabal
y suponía un gran reto
en su aspecto integral.
Recordaré eternamente
aquel singular cañí
el día que lo conocí,
y su limpia amistad,
a su lado aprendí
a esconder la verdad.
Y nos hicimos compadres,
más “compare” él me decía
con inédita simpatía,
vivimos la juventud
en completa armonía
rebosante de salud.
Hoy me duele su muerte
ni nuestro alejamiento,
maldigo aquel evento
que rompió mi corazón;
por ello, en cada momento,
al cielo pido perdón.
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