Si vas a mirarme, no lo dejes para después, puede que entonces me encuentre en suspensión junto con todo aquello que nunca nos unió, anillo de desencuentros solo nuestros. Hubo días que fui a tu catedral, esa en la que echas a volar tus sueños en busca de mundos más etéreos y amables, cambiando nuestros nombres por un poco más de música bajo la clave que forma el círculo del afecto que nos unió. Y si en algún instante dejas de oír mi voz con claridad no pienses que ya marché, recuerda que el canto también tiene silencios que nutren nuestra almohada con llamadas que conocen el camino a tu corazón.
Siempre que mis recuerdos me llevan a ese jardín que llenaste con los pétalos de tus primeras palabras, caigo por un momento para remontar el vuelo de mis pensamientos en medio de una lluvia tan persistente como cálida. Sin frenar el recorrido de las gotas que poblaban tu frente, justo en ese instante vibraba mi piel; eras la vida buscándome.
No encuentro en mi interior el camino a esas palabras blancas y floridas que son la ilusión, el tiempo se encargó de enmudecer al niño en mí que con tu ternura diste a luz; a la deriva van las promesas sin posibilidad de rescatarnos.
Llueve y se inunda todo de fantasmas, recuerdos con sangre propia y voluntad de dar realidad soñada de ti a todas esas gotas que escapan por mi geografía hacia algún lugar, en espera de unir lo imposible.
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