Ars

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El arte de un alquimista

 

En la fantástica claridad se vislumbraban los cuerpos de aquellos que figuran su imaginación en realidad, transportando los colores en pintorescas creaciones que inundan los sentidos de los espectadores, tal cual como yo. En un lugar presente como ninguno otro, podía sentir cada una de las vibraciones que emitían, incluso los sonidos chocaban contra mí. No obstante aunque me veía afectado por algunos derrames de pintura, agua con diferentes tonos de colores que daban un resultado grisáceo u oscuro no me espantaba de seguir contemplando aquella espectacular escena.

 

Páginas de color carne con una estructura muy irregular que dependía del origen de este maravilloso lienzo, que en sí tenía vida propia, podía desplazarse de un lugar a otro, pero cuando se presentaba delante de aquel o aquella que le daría una nueva imagen permanecían lo más quietas posible, aunque se presentaban algunas excepciones.

 

Lo impactante de esto, es que algunos cuyo interés yacía en otras situaciones que no precisaban de crear aquello que se contemplaba, ya sea, en la naturaleza misma o en la infinita imaginación. Éstos le eran de distracción para los alquimistas de las artes, cuyo propósito se mostraba en expandir sus sentimientos impregnándolos en lienzos de carne, que con la suavidad de sus respiraciones y el torrente sanguíneo galopeando en su interior le otorgaban vida a sus más íntimos diseños. Sin embargo los creadores se manifestaban de manera consonante con lo que estaban realizando, perfeccionando los detalles, contornos, incluso la imperfección de estas obras le entregaba ese grado honorifico de Excélsior.

 

He aquí, mi presencia se mantenía con ellos mientras caminaban a su presentación, sigiloso entre los corredizos, justo ahí. A pesar de que me sentían no me prestaban mucha importancia, pero de la misma forma que he contemplado muchas de los acontecimientos que se relatan en la historia así lo estoy haciendo con ellos. El pequeño edificio en el cual se suscitaba tan esplendida reunión, que servía como el lugar para que los alquimistas del arte presentaran su elixir, que se transmutaba en cada una de sus hechuras, con la diversidad y distinción que las caracteriza.

 

Los presentes pudieron admirar cada una de estas espectaculares creaciones, sin inmiscuir cuánto tiempo estuvieron realizándolo, o qué materiales implementaron, tal vez unos podían deducir los elementos, los más expertos especulaban acerca de cómo lo hicieron. Pero a pesar de estas infinitas deducciones los únicos que sabían el verdadero precio, esfuerzo, elemento y procedimientos eran aquellos que lo elaboraban.

 

En un tiempo de toda aquella jornada decidí que era momento de mostrarme ante ella, solo ella. Pues sus ojos me decían algo diferente, una expresión que no contemplaba desde hace milenios. Al acercarse a mí y recoger el vaso que topaba con mi simple y plana silueta pudo ver que se reflejaba en su rostro, a pesar de que me cubría una buena capa de suciedad, pero en el instante que ella pudo ver más allá, se encontró conmigo, pude ver su alma y ella la mía.

 

¡Oh! Espléndida Ars, años que no te podía admirar, solo podía hacerlo con tus creaciones que eran realizadas por aquellos a los cuales les mostrabas tus inspiraciones. No eres una diosa, ni tampoco un ser sobrenatural, solo aquella llamarada encendida de los que se han dispuesto a amarte, Ars.


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