LOS ANALES DE MULEY(2ª PARTE)(16)
Por YUSUF AL-AZIZ
Enviado el 25/11/2015, clasificado en Varios / otros
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XLlll
Atrás quedó mi infancia:
purificó mi inocencia
y colmó mi paciencia,
fue un camino de rosas,
una alegre turbulencia
de fantasías hermosas.
Fue un torrente de vida
con caudal inagotable,
una edad envidiable
donde germinan los celos
y reina el detestable
con sus mil y un recelos.
También mi adolescencia
la vi rápida pasar,
oí fuerte su cantar
y hoy en mí se mece,
nunca la podré olvidar,
pues su evocación escuece.
Fue tiempo de oro
con su brillante fulgor,
defensora del honor,
valiente y arrogante,
paladín del fiel amor,
confesora y amante.
Aunque atrás la he dejado,
la miro en lontananza,
es mi dulce añoranza
de un pasado no lejano
que mira con esperanza
a un futuro cercano.
Aún recuerdo aquellos días
de fantasía desbocada,
de miseria alocada
con rasgos de gran pobreza;
evoco con tristeza
una época añorada.
Pero yo soy hombre
que mira hacia el mañana,
que ha cerrado una ventana
de su efímera vida
y contempla con desgana
la vereda recorrida.
Con mi mayoría de edad
me he vestido de nuevo,
y va llegando el relevo
de una juventud pujante
que, a decir mí atrevo,
marcada y tolerante.
Un sinuoso sendero
con mis pies comienza,
en su rededor se trenza
frágil y fugaz destino,
pero poseo vergüenza
y respeto lo divino.
Llegó el día deseado,
llegó mi reclutamiento,
a la mili fui contento
y no transporté mi llanto;
aires de un frio viento
me hicieron coger el manto.
Había llegado el momento
de cumplir con mi deber,
buscar otro amanecer
y serví fiel a España;
bien la debía defender
de agresión extraña.
Me despedí de mi madre,
allí la deje llorando,
allí la deje esperando
a su único retoño,
me marché lagrimeando
en un día frío de otoño.
Pero antes convencí
a mis queridos mayores,
eran mis progenitores,
que me dejaran marchar,
que olvidaran sus temores
y callaran su rezar.
Pues el “señorito” dijo
a mi progenitor un día:
“que si bien le parecía
y con permiso del padre,
el por mi intercedería”.
¡Y asintió mi madre!
Quiso mostrase amable
y buen benefactor,
era tan solo un señor
por intereses movido,
era gran conocedor
del pueblo oprimido.
Sabía que mis fieles padres
siempre se lo agradecerían,
que ciegamente confiarían
en su amo y patrón,
y dispuestos estarían
en cualquier ocasión.
Pues el amor de madre
sabe ser agradecido:
si su cachorro está herido
y alguien cura su mal,
se denota inducido
a gratitud personal.
Pero por gratitud no era,
y menos de corazón,
le importaba un cojón
sus eternos servidores,
pero tenía la ocasión
de demostrar sus amores.
Le importaba un bledo
aquella fieles vidas
que estaban sumidas
a su mando y placer,
siempre que eran requeridas
cumplían con su deber.
Este imberbe “señorito”
era un gran dictador,
hacendado y señor
de grandes posesiones,
también era director
de aquellos corazones.
Nada se hacía en sus tierras
sin su conocimiento,
cualquier reducimiento
de su aprobación dependía,
pero llegado el momento
a la gente confundía.
Pero era muy listo,
y sabía claramente
que tenía vieja gente;
con sus caseros mayores
tenía el riesgo evidente
de afrontar sus temores.
“Si se fuera a la mili
me dejaría empantanado”
-pensaba el desdichado-
Es evidente razón
para no ser alistado
y que siga de peón”
Necesitaba mis brazos
para sus tierras labrar
y sus rentas devengar,
hacer florecer la huerta,
la casa grande cuidar
y saber guardar su puerta.
Dejarme marchar no podía,
pues mi padre era viejo,
pero tenía el complejo
de una pronta senectud;
lo consideraba añejo
a mi loca juventud.
Luchó para retenerme,
para quedarme en la hacienda,
hizo alguna encomienda
antes de su ofrecimiento;
cogió fuerte la rienda
en su lícito momento.
Y por ello se brindó
a ser mi gran salvador,
sería mi librador,
yo en casa me quedaría
siendo un soñador
que volar alto quería.
Convencí a mi familia
y me echaron a volar,
dejaron de recelar
y pensaron en mí;
nada me iba a pasar
aunque su mal comprendí.
Yo no soy belicista
ni de contiendas amante,
y menos beligerante,
pero quería apreciar
la vida de un militante
en su empeño militar.
El cínico “señorito”
quedó todo enfadado
y, serio, desencajado,
a mi padre advirtió;
todo estaba aclarado
y la amenaza quedó.
Sin miedo a su reto
expresé mi alegría,
fluyó nuestra sintonía
por la decisión tomada,
mi triste madre tenía
su clara voz apenada.
Me dispuse a marchar,
pero antes me despedí
de mi compadre el cañí,
un buen rato lloramos
y trémulo comprendí
que sentíamos como hermanos.
Y llegué a mi destino
contento y compuesto,
estaba siempre presto
a cualquier menester,
y dejaba algún resto
para confortar mi ser.
En secreto me alisté
al tercio de extranjeros,
junto a otros caballeros
formamos legión,
y éramos los primeros
en tomar decisión.
Jovial me alisté
por simple curiosidad,
aparqué mi vanidad
y me mostraba gentil
olvidando la verdad
de mi registro civil.
Allí conocí varones
de múltiples rarezas
y de malas gentilezas,
eran hombres aguerridos
henchidos de asperezas,
de la vida aburridos.
Había gente maleante,
presidiarios perdonados
y varones olvidados
sin rastro familiar,
caballeros alistados
para poder olvidar.
También había combatientes
de nuestra gran contienda,
allí encontraron su rienda
enganchando su destino,
mal usaban su revenda,
mal andaban su camino.
Cansados y olvidados
del mundo se olvidaron,
por sus ideas lucharon
mostrando su valentía;
cuando las armas callaron
sus almas vieron el día.
No contaban su historia
ni aireaban su vida,
pues la daban por perdida
en llamas de incomprensión,
el mundo de ellos se olvida
y no les brinda ocasión.
Nadie hace preguntas
ni la vida se cuenta,
nadie vive de renta
en legión sirviendo,
pero todo bien se presenta
en la bandera conviviendo.
En nombre y apellidos
se oculta vida anterior,
con insólito valor
a la vida se hace frente,
se combate con honor
y con corazón valiente.
Me sumergí en un mundo
oscuro y de leyenda,
donde la única ofrenda
es por España morir,
y la única encomienda:
todo su credo cumplir.
Me hice legionario,
en su fe me envolví
y su credo prometí,
aquella vida acepté,
mi destino compartí
y mi suerte jugué.
Alcance penas y glorias.
Allí la vida era dura
y si se habría fisura
se tenía que cerrar,
más teníamos mesura,
pues la vida es un azar.
Con orgullo y honor
en la legión serví
y, con modestia, fui
caballero legionario,
en el tercio comprendí
su mito legendario.
Pero también fui
legionario de frontera,
y defendí mi bandera
con pasión y amor;
aunque la vida perdiera,
moriría con honor.
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