Naya Parte I

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Llevaba desde ayer sintiéndose mal. Encontrándose mal. A ratos frío. A ratos calor.

Le dolía la boca. Y también la garganta. ¿Serían las muelas del juicio?¿Qué el tiempo estaba loco con un día de frío y al otro calor y eso la estaba dejando trastocada?

No lo sabía con exactitud. Pero llevaba todo el día entre el sofá y la cama.

Era verano. Hoy era un día caluroso y ella estaba con una sudadera pese a no tener fiebre.

 

Sentía somnolencia pero cada vez que intentaba dormir un rato apenas conseguía dormir más de dos horas seguidas ya que cuando parecía que estaba dormida unas pesadillas que no eran muy claras atacaban su mente.

Eso le ponía un poco ansiosa ya que creía que si conseguía descansar unas horas seguidas seguramente se sentiría algo mejor.

 

No dejaba de tener sed. Por más que bebiera agua la garganta la tenía reseca y sus labios estaban secos y blanquecinos. Apenas había probado bocado desde el desayuno. No tenía fuerzas para levantarse y cocinar y no había nadie que lo hiciera por ella ya que sus padres y su hermana seguían de vacaciones.

 

Ahora ya se había hecho de noche y estaba tendida en la cama inquieta y con sudores.

 

La habitación estaba sumida en la penumbra y sólo entraba la luz de la luna que conseguía atravesar las ramas de los árboles.

 

 

Naya se sentía arder. Como si su cuerpo tuviera fuego por dentro. Su frente brillaba por el sudor. Sentía que si seguía a ese paso, podría sufrir una combustión espontánea. 

La cabeza cada vez le dolía más. Sentía una presión en ella como si alguien se la estuviera apretando e intentando estrujar.

 

Su respiración se empezó a acelerar. Cada vez estaba más nerviosa e inquieta. Notaba como los latidos de su corazón empezaban a aumentar y a golpear más fuerte con cada latido.

 

Empezó a intentar recordar donde había dejado su móvil para llamar a Mateo, su novio. Hacía horas que no hablaban. 



Naya intentó fijar la mirada en la luna. Brillaba mucho. Estaba llena. Era preciosa. 

Pero el dolor y la quemazón que sentía dentro de ella, le impedía mantener los ojos abiertos durante mucho tiempo.


Decidió que tal vez un baño le sentaría bien ya que era imposible que no tuviera fiebre. El termómetro debía estar estropeado.


Como pudo llegó hasta el cuarto de baño y abrió el grifo de la bañera y le puso el tapón para que ésta se fuera llenando.


Mientras se llenaba Naya se comenzó a quitar la ropa temblorosa y una vez estuvo desnuda se me metió dentro de la bañera. Lo hizo despacio. El contacto con el agua tibia le supuso un cambio demasiado brusco al principio así que puso la temperatura del agua algo más cálida.



Se tumbó e intentó relajar el cuerpo y la mente aunque le costaba dejar de temblar.


Cerró el grifo cuando el agua le cubría ya el cuerpo.

Empezó a sufrir pequeños espasmos. El cuerpo le dolía horrores.


No sabía como era dar a luz pero seguro que sus dolores empezaban a superarlos con creces.

Ahogaba sus quejidos en la garganta al mismo tiempo que las lágrimas empezaban a aflorar.

Aquello era demasiado.

¿Qué le sucedía?¿Qué tenía?


Se sentó como pudo en la bañera y rodeó con sus brazos sus rodillas.

Se quedó mirando la cicatriz de su muslo izquierdo.

Parecía estar curando bien aunque de vez en cuando sentía pinchazos en ella.


Le mordió un perro rabioso cuando volvía una noche de casa de su novio Mateo. Era tarde. Alrededor de las dos de la madrugada, pero como ambos vivían cerca, no dejó que Mateo le acompañara a casa como otras veces. Era tarde. Bastante con que ella tuviera que darse el paseito.


Sólo le restaban tres minutos a los sumo para llegar a su casa cuando el perro se cruzó en su camino.

Se quedó parada. Sin saber que hacer. No quería hacer ningún movimiento brusco ante aquél perro enorme que la miraba enseñando los dientes.


Sacó de su bolso lentamente su teléfono móvil y buscó el nombre de Mateo en la agenda y pulsó llamada.

El perro gruñó y se acercó un poco más.


-¡Ey! ¿Ya estás en casa?

- Cariño, necesito ayuda.


Mateo notó la voz alarmada de Naya. Su voz era de preocupación y así le transmitió a él también ese nerviosismo.

- ¿Qué pasa?¿Estás bien?

- No. Tengo un perro enorme enseñándome los dientes y se está acercando a mí. Estoy asustadísima. No sé que hacer.

- ¿Tienes algo a mano para tirarle?¿Una piedra?¿O un palo?


Naya miró a su alrededor.

- No. Nada.

- Estoy saliendo para allá. No hagas ningún movimiento brusco. Y cualquier cosa, corre o busca un sitio al que subirte. No sé. - Chasqueó con la lengua.- Enseguida estoy ahí cariño. No tardo.

- Vale. Date prisa por favor.


Colgaron.


El perro se encontraba ya a pocos metros de ella.

Nunca le habían gustado especialmente los perros. Siempre les había tenido algo de miedo. Aunque fueran pequeños.


- Perrito, vete venga. Por favor. - susurró mientras sus manos cubrían su pecho.


Pero el perro no se dejaba de acercar lentamente por que Naya comenzó a retroceder. Iba marcha atrás. Sin perder de vista al animal que parecía disfrutar con aquél juego de intimidación.


Naya empezó a buscar en su bolso algo que poder arrojar al can. Encontró su bálsamo labial y se lo lanzó. No le llegó a dar por muy poco. Pero esto hizo que el perro se enfureciese y echase a correr tras ella por lo que la muchacha asustada, gritó y salió corriendo también buscando una escapatoria.


Vio un coche todo terreno y fue hacia él corriendo e intentó subir a él, pero el perro rápido y furioso enganchó su zapatilla y la hizo caer al suelo.

Naya gritaba y no dejaba de lanzar patadas y puñetazos pero pese a ello no consiguió evitar que el can clavase sus dientes en su muslo izquierdo.

Tras el mordisco, todo se volvió negro, difuso y entre cortado.


Recordaba la llegada de Mateo. Como gritaba a algo. Al perro suponía.

Como se sentía flotar en los brazos de su novio. El olor de su camiseta limpia.

Pero sobre todo, recordaba el ardor que sentía no sólo en el muslo, sino en todo su cuerpo.

La llegada al hospital. Algunas enfermeras nerviosas al ver su estado pero ocultándolo bajo su máscara de profesionalidad. 

Oscuridad.

Y después, despertar en una camilla con el muslo vendado.

Mateo le contó que debió de morderle un perro con algún tipo de enfermedad. Que ya la habían vacunado y también le estaban administrando antibióticos por vía intravenosa y por supuesto que las autoridades ya estaban informadas de todo


Ahora, un mes después, ahí se encontraba, en una bañera retorciéndose y aullando literalmente.

 

 

 

Gracias por leerlo! Espero que les haya gustado.

También podéis leer éste y otros relatos en mi blog: Enmimundoperdida.blogspot.com.es

Un saludo,

Ontanaya

 

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