Hoy la he vuelto a ver.
Con sus tristes ojos.
Mirándome con atención. Esos ojos grises de las personas mayores en el centro de un centenar de pequeñas arrugas.
Estoy aterrorizada.
Al principio eran rápidos atisbos, apenas intenciones de una percepción mayor.
Miradas de reojo, juego al escondite de alguien que intuyes, pero que descartas, en los reflejos de cristales y espejos.
Tonterías.
Tonterías que te miran.
Y que te sostienen la mirada, como esa primera vez. El gran espejo era una ventana desde donde me observaba.
Y grité y grité con los gritos mudos de los sueños. Hasta que desapareció.
Apenas tuve tiempo de convencerme de que no estaba loca y que los fantasmas no existían.
Volvió. Regresó una y otra vez.
Miradas curiosas en los metales, rápidos vistazos en las ventanas.
Cuando recojo a mis niños. Cuando hago el amor con Joan.
No importa cuando, por un instante, vuelve a aparecer.
Con avidez. Bebe con la mirada.
Por qué no vivir cuando fuiste feliz.
Miradas de un futuro desde el que ya solo queda recordar.
Un futuro desde el que a duras penas, lo logro.
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