Encajes y psicoanálisis, 2da Ed.

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Encajes y psicoanálisis

Hace años el exceso de trabajo me condujo a un estado que requirió del  psicoanálisis. Por entonces un viejo hombre a quien quise y admiré profundamente por su gran integridad humana, se quejaba constantemente de mi carencia de humor. Cuando él hacía o decía cosas graciosas, yo se las tomaba en serio, y eso nos metía en curiosos aprietos. Ciertamente siempre temí y luché contra lo que consideré mi mayor defecto: la risa compulsiva que me desbordaba, la cual me esforzaba ferozmente por sofocar. Para mis interlocutores esa risa resultaba tétrica y hasta insultante. Algunos incluso afirmaban que yo ocultaba mi sentido del humor porque era terriblemente negro.
Buscando ayuda llegué con una psicoanalista (la mujer más inteligente que jamás conocí). Gracias a ella pude entender lo vital de humor en la sobrevivencia. Los preciosos ojos negros de la psicoanalista, brillaban cuando me asombra con sus opiniones: "El humor es la gentileza ante la desesperación, hace lo desagradable, soportable. Trasforma y degrada en irrisión, las cosas graves. Ríes para no llorar. Sufrimos tan terriblemente que estamos obligados a la risa. El humor es, catarsis, un contraveneno espiritual. Su explosión te salva de la locura, cada vez que enfrentas situaciones absurdas o incomprensibles”.
“Tu risa nerviosa, que tanto te aflige es un acto fallido del subconsciente, es un proceso incompleto de purificación que intenta evacuar la violencia, la frustración y el sufrimiento, es una función semejante a la de las lágrimas".
Para la psicoanalista el humor era la necesaria dieta mental y ella la practicaba rigorosamente. Entre sesión y sesión, acepé que mi asistencia se debía en gran parte a la encanto de la psicoanalista, de la cual me estaba enamorando. Cuando le declaré mi amor, ella me explicó que eso era parte de un fenómeno llamado “transferencia”. También me explico que era indebido que siguiera como su paciente, así que me recomendó con un colega. Su reacción me dejo frío, y cuando estaba a punto de irme en silencio, me detuvo, para decirme que aceptaba salir con migo. Y por fin me dejó conquistar su corazón. Entonces me aceptó como su alumno. Así mi nueva profesora ataviada en encajes sepia me reveló su tesis maestra: “Felicidad = Humor + Sexo”. La cual me explicó en interesantísimas veladas de biblioteca, según los cánones: desnuda, sonriente y en mis brazos. Y así fuimos inmensamente felices. Su tesis funcionaba. Luego descubrí que el estado de buen humor, está estrechamente asociado a la calidad de vida. Así que dejé de enfocarme en mi estado de ánimo para concentrarme en mi manera de vivir. Así llegue a varias conclusiones que le parecieron absurdas a los que me rodeaban. Empecé por dejar de frecuentar a ciertas personas notables, y me aparté del trabajo que me costó años de una encarnizada y feroz carrera, abultada de grados académicos, y lo cambie por una ocupación acorde a mi conciencia.
También dejé el ciclismo de ruta tan competitivo, por el de montaña mucho más emocionante y personal. Y aunque no pocas veces he parado en el hospital por mi nueva afición deportiva, y ya no viajo ni tan frecuente, ni en primera clase, y me han dejado de invitar a cocteles, y he vendido mi convertible, y ahora tengo que ahorrar para comprar una botella de buen tinto, esos y otros “detalles” me aproximaron sólidamente al estado de buen humor. Y lo más importante, tengo el inmenso amor de mi hermosa psicoanalista.


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