Aún no ha salido el sol y ya estas delante de mi puerta, pidiendo que te deje entrar. Ruegas, lloras, gritas y exiges que te deje pasar. Te observo con cuidado, sin hacer ruido, a través de la mirilla de la puerta, pero tú ni si quiera te das cuenta. Me pides que te deje volver a entrar, que allá fuera no es como lo esperabas. Me ruegas que te perdone, que fuiste un imbécil y que no volverá a pasar. Me juras que me amas, no solo ahora, sino que lo seguirás haciendo incluso dentro de mil años. Me pides perdón, mil y una vez, por las mil y pico mentiras que habrás dicho durante todo este tiempo.
Lo sé, por primera vez, puedo sentir la sinceridad a través de tus palabras, de tu mirada. Pero por primera vez, no te creo.
Sé que esta tregua solo sería eso... una tregua antes de volver al campo de batalla.
Sé que me amas, sé que si lo intentásemos, podríamos amarnos durante mil años. Lo sé... lo sé, cariño, pero por primera vez soy yo la que se aleja, dejando la puerta cerrada.
Demasiado tarde.
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