LOS ANALES DE MULEY(2ª PARTE)(17)
Por YUSUF AL-AZIZ
Enviado el 04/12/2015, clasificado en Varios / otros
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XLlV
Cumpliendo el deber patrio
al pueblo regresé,
hacia la huerta caminé
buscando la añoranza
que un día allí dejé
con humildad y templanza.
Largo se hacía el camino,
lento era mí caminar,
no dejaba de pensar
en el final del sendero,
pero sabía esperar
este ansioso arriero.
Eterna se hacía la senda,
estrecha y sinuosa,
someramente fangosa,
así ciego la veía,
pero también era hermosa
esa senda aquel día.
Ligero de equipaje,
mi andar era tembloroso,
me sentía muy dichoso
de volver a la huerta,
pues estaba ansioso
de llamar a su puerta.
Cuando divisé la casa
mi corazón se alteró
y con fuerza palpitó,
mi cansino caminar
mis pasos espoleó
para pronto llegar.
Con ímpetu llegué a casa,
ansioso busqué a mi gente
y recorrí paciente
los rincones de mi hogar
buscando alegremente
moradores del lugar.
Triste fuera salir
con mis ojos en lejanía,
vi como mi madre corría
y se acercaba a mí,
abrazarme pretendía
y yo a sus brazos corrí.
Con lágrimas de alegría
mi madre me recibió,
con amor me abrazó
mostrándome su cariño;
exultante se fijó
en el rostro de su niño.
Mi padre no fue expresivo,
no ocultó su sentimiento,
pues se sentía contento,
alegre, ante mi regreso;
avanzó hacia mi lento,
me abrazó dándome un beso.
Se sentía muy gozoso
y no dejaba de hablar,
no dejaba de afirmar
sobre huerto tan frondoso,
pero me hizo callar,
pues estaba nervioso.
Me extrañó su proceder,
actuaba tan inseguro
que a mí me daba apuro
de entrar en conversación;
pintaba nuestro futuro
en un cielo azulón.
Su fue tranquilizando
y a su rostro volvió
la alegría que perdió
el día en que me marché;
con fuerza me abrazó
y yo en sus hombros lloré.
Porque comprendí a mi padre,
fue como un presentimiento
que en dichoso momento
asaltó a mi corazón;
avivó mi sentimiento,
fortaleció mi razón.
Me puse en su lugar,
me vi a mi hijo abrazado
llorando y sofocado
celebrando su llegada
después de un tiempo pasado
con angustia extremada.
En mi tiempo de ausencia
se volvió introvertido,
se encontraba perdido
en su mundo de opresión,
era hombre aguerrido,
pero perdió compresión.
Era un hombre diferente,
lleno de inseguridad,
radiaba lealtad
y se sentía altanero,
perdió su identidad
de auténtico arriero.
Y su arrugado rostro
con aquel color cetrino
le decía a su destino
que llegaba agotado
al final de su camino
sintiéndose apenado.
Porque era un gran hombre
con paupérrima niñez,
preñado de candidez
y de su trabajo amante,
pero sentía su vejez
cercana y galopante.
Me llevó a la huerta,
sus frutos me enseñó
y su estado deploró
en aras de mi ausencia;
con amargura lloró
pidiendo al cielo clemencia.
Parecía tierra yerma.
Había arboles perdidos
o con sus troncos hendidos,
todo estaba descuidado
o quedaba en olvidos
de un labrador apenado.
Mohíno quise maldecir
el día de mi decisión,
acallar mi vocación,
pero ya era pasado
y solo mi aflicción
me mantenía callado.
Yo no podía renunciar
a un pasado tan cercano
u olvidar al fulano
que me brindó su amistad,
era como un hermano
lleno de sensibilidad.
No podía olvidar valores
adquiridos con honor,
con decisión, con valor,
ni aparcar mi sentimiento,
lleno de puro amor,
hacia mi regimiento.
Serví con amor patrio
junto a mis compañeros,
auténticos guerreros,
novios de la muerte,
legionarios verdaderos
buscadores de suerte.
Si mataba mi ilusión,
asesinaba mi alegría
y de nada serviría
seguir conforme viviendo
en esta urbe de fullería,
pero olvidar no pretendo.
De nada me arrepiento
aunque dejé mucha pena,
pero rompí la cadena
que a mis padres me ataba;
infligí dura condena
a quien tanto me amaba.
Me acordé del “señorito”
y su fáctico poder,
más no era de merecer,
pero me pude librar
y aquí permanecer
para su hacienda llevar.
Viendo el deterioro
que mi progenitor sufría
y el miedo que tenía,
la duda me asaltaba,
mi sentir se confundía,
mi corazón se alteraba.
Hoy, desde mi vejez,
sé que actué con corrección,
serví en la legión
porque en ella iba mi vida
y toda mi ilusión,
por ello fue mi partida.
Ahora que he regresado
tendré que demostrar
que puedo trabajar,
poner en pie lo aprendido
y la tierra labrar
volviendo todo a su nido.
También debo demostrar
que soy buen rentero,
penalizar al fulero
y mostrar bien las cuentas,
caminar por buen sendero
y pendiente de las rentas.
Al funesto “señorito”
debo ganar su confianza,
le infundiré confianza
para que crea en mí,
depositaré fianza
y me quedaré aquí.
Pues aquel desacato
y mi cautelar partida
fue para él una huida,
un auténtico reto,
un escape, una salida,
una falta de respeto.
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