LOS ANALES DE MULEY(2ª PARTE)(17)

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               XLlV

   Cumpliendo el deber patrio

al pueblo regresé,

hacia la huerta caminé

buscando la añoranza

que un día allí dejé

con humildad y templanza.

   Largo se hacía el camino,

lento era mí caminar,

no dejaba de pensar

en el final del sendero,

pero sabía esperar

este ansioso arriero.

   Eterna se hacía la senda,

estrecha y sinuosa,

someramente fangosa,

así ciego la veía,

pero también era hermosa

esa senda aquel día.

   Ligero de equipaje,

mi andar era tembloroso,

me sentía muy dichoso

de volver a la huerta,

pues estaba ansioso

de llamar a su puerta.

   Cuando divisé la casa

mi corazón se alteró

y con fuerza palpitó,

mi cansino caminar

mis pasos espoleó

para pronto llegar.

   Con ímpetu llegué a casa,

ansioso busqué a mi gente

y recorrí paciente

los rincones de mi hogar

buscando alegremente

moradores del lugar.

   Triste fuera salir

con mis ojos en lejanía,

vi como mi madre corría

y se acercaba a mí,

abrazarme pretendía

y yo a sus brazos corrí.

   Con lágrimas de alegría

mi madre me recibió,

con amor me abrazó

mostrándome su cariño;

exultante se fijó

en el rostro de su niño.

   Mi padre no fue expresivo,

no ocultó su sentimiento,

pues se sentía contento,

alegre, ante mi regreso;

avanzó hacia mi lento,

me abrazó dándome un beso.

   Se sentía muy gozoso

y no dejaba de hablar,

no dejaba de afirmar

sobre huerto tan frondoso,

pero me hizo callar,

pues estaba nervioso.

   Me extrañó su proceder,

actuaba tan inseguro

que a mí me daba apuro

de entrar en conversación;

pintaba nuestro futuro

en un cielo azulón.

   Su fue tranquilizando

y a su rostro volvió

la alegría que perdió

el día en que me marché;

con fuerza me abrazó

y yo en sus hombros lloré.

   Porque comprendí a mi padre,

fue como un presentimiento

que en dichoso momento

asaltó a mi corazón;

avivó mi sentimiento,

fortaleció mi razón.

   Me puse en su lugar,

me vi a mi hijo abrazado

llorando y sofocado

celebrando su llegada

después de un tiempo pasado

con angustia extremada.

   En mi tiempo de ausencia

se volvió introvertido,

se encontraba perdido

en su mundo de opresión,

era hombre aguerrido,

pero perdió compresión.

   Era un hombre diferente,

lleno de inseguridad,

radiaba lealtad

y se sentía altanero,

perdió su identidad

de auténtico arriero.

   Y su arrugado rostro

con aquel color cetrino

le decía a su destino

que llegaba agotado

al final de su camino

sintiéndose apenado.

   Porque era un gran hombre

con paupérrima niñez,

preñado de candidez

y de su trabajo amante,

pero sentía su vejez

cercana y galopante.

   Me llevó a la huerta,

sus frutos me enseñó

y su estado deploró

en aras de mi ausencia;

con amargura lloró

pidiendo al cielo clemencia.

   Parecía tierra yerma.

Había arboles perdidos

o con sus troncos hendidos,

todo estaba descuidado

o quedaba en olvidos

de un labrador apenado.

   Mohíno quise maldecir

el día de mi decisión,

acallar mi vocación,

pero ya era pasado

y solo mi aflicción

me mantenía callado.

   Yo no podía renunciar

a un pasado tan cercano

u olvidar al fulano

que me brindó su amistad,

era como un hermano

lleno de sensibilidad.

   No podía olvidar valores

adquiridos con honor,

con decisión, con valor,

ni aparcar mi sentimiento,

lleno de puro amor,

hacia mi regimiento.

   Serví con amor patrio

junto a mis compañeros,

auténticos guerreros,

novios de la muerte,

legionarios verdaderos

buscadores de suerte.

   Si mataba mi ilusión,

asesinaba mi alegría

y de nada serviría

seguir conforme viviendo

en esta urbe de fullería,

pero olvidar no pretendo.

   De nada me arrepiento

aunque dejé mucha pena,

pero rompí la cadena

que a mis padres me ataba;

infligí dura condena

a quien tanto me amaba.

   Me acordé del “señorito”

y su fáctico poder,

más no era de merecer,

pero me pude librar

y aquí permanecer

para su hacienda llevar.

   Viendo el deterioro

que mi progenitor sufría

y el miedo que tenía,

la duda me asaltaba,

mi sentir se confundía,

mi corazón se alteraba.

   Hoy, desde mi vejez,

sé que actué con corrección,

serví en la legión

porque en ella iba mi vida

y toda mi ilusión,

por ello fue mi partida.

   Ahora que he regresado

tendré que demostrar

que puedo trabajar,

poner en pie lo aprendido

y la tierra labrar

volviendo todo a su nido.

   También debo demostrar

que soy buen rentero,

penalizar al fulero

y mostrar bien las cuentas,

caminar por buen sendero

y pendiente de las rentas.

   Al funesto “señorito”

debo ganar su confianza,

le infundiré confianza

para que crea en mí,

depositaré fianza

y me quedaré aquí.

   Pues aquel desacato

y mi cautelar partida

fue para él una huida,

un auténtico reto,

un escape, una salida,

una falta de respeto.

 


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