El TAROT

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El tarot

Aunque hacía un frío terrible y llovía a cántaros, no había podido renunciar a dar un pequeño paseo; le gustaba caminar bajo la lluvia protegido por el paraguas, lo ayudaba a reflexionar y a pensar. Tenía la sensación de que en el silencio del anochecer, escondido en la oscuridad, su sensibilidad se hacía más sutil. Conseguía así comunicarse más fácilmente con quien estaba por encima de él, para poder dialogar con las almas superiores.

A estas almas les pedía cosas especiales desde hacía tiempo, pero, sobre todo, que lo ayudaran en los momentos difíciles de la vida, cuando todos lo abandonaban, incluidas las mujeres.

Era alguien que creía en el amor y para él la vida sin amor se reducía a poca cosa. Nunca tuvo suerte con las mujeres, por eso pedía siempre a estas almas superiores que algunas se enamoraba de él. En ocasiones estas almas habían escuchado sus rezos y acogido sus deseos amorosos; otras veces, quizá un poco fastidiadas por su continuo y obsesivo pedir, ni le respondían. Pero aquella tarde fría y lluviosa, el destino le había reservado una cita.

Bajo los arcos de una plazoleta rodeada de árboles, una anciana señora, de aspecto simpático, lo llamaba alargando el brazo y extendiéndole la mano, proponiéndole un intercambio.

—Si me das un euro, te leo la mano. Soy una experta en ver el futuro. Ven aquí, amigo mío, tienes una cara triste y yo puedo ayudarte solo por un euro.

—Mi querida amiga —le respondió el con una sonrisa—, yo no creo en este tipo de lecturas y menos aún cuando se trata del futuro. Si en la vida he aprendido algo es precisamente saber que también el momento que sigue es incierto.

Pero la anciana, con la mirada bondadosa y simpática, insistía en querer leer su mano. Así que se dejó convencer por la propuesta y se sentó en un pequeño banco de mimbre delante de ella, dándole con titubeo su mano izquierda.

La anciana satisfecha por haber obtenido su objetivo, con una sonrisa que se hacía espacio entre la piel arrugada de la cara, se concentró en mirar los pliegues de su mano.

Él, sin molestarla, la observaba con curiosidad. Observaba sus ojos que se movían de derecha a izquierda, de arriba abajo, escrutando en los mínimos detalles la palma de su mano. Y aquellas manos huesudas y arrugadas, le daban la sensación de que ningún hombre habría advertido la diferencia en recibir de ellas un bofetón o una caricia.

—Estoy enamorado de una mujer más joven que yo —le dijo casi susurrando las palabras— Yo tengo 35 años y ella, 22, pero me muero de pasión en el corazón y en el alma.

— ¡Tú eres un hombre que se enamora frecuentemente! —le respondió la anciana riendo irónicamente—. O, al menos, eres un hombre que ha tenido muchas mujeres…, demasiadas.

—Sí, es así, pero esta vez es la verdadera —le respondió como si estuviera disculpándose— Siempre pienso en ella, no duermo, tengo siempre el deseo de tenerla cerca y no sé ya qué hacer —dijo, dando un sentido dramático a sus palabras.

La anciana levantó la cabeza e intercambió una mirada con él. Un instante eterno. Aquellos ojos grises como el cielo lo penetraron. Dejó entonces su mano y tomó del bolso un paño verde como los de las casas de juego, lo extendió en el suelo y sacó un puñado de cartas del tarot.

—Esto te costará otro euro —le dijo como si dentro de aquellas cartas estuviera la respuesta a sus preguntas—. ¡Las cartas nunca mienten! ¿Tienes alguna fotografía de ella?

 

Debido a no poder escribir todo el relato por falta de espacio, podrás seguir leyéndolo en mi blog.

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