UNA DESPEDIDA DE AMOR
Por samuelebeniabram
Enviado el 04/12/2015, clasificado en Amor / Románticos
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Una despedida de amor
Esta mañana en el aeropuerto me he emocionado. Han sido solo pocos minutos, pero suficientes. Una pareja de enamorados que me he encontrado en el embarque, en el momento en el que todos se despedían entre abrazos y agradecimientos, ha captado mi atención.
Ya había visto a esta joven pareja en el bar del aeropuerto, hablando tranquilamente entre ellos.
Sentados junto a una mesa delante de la mía, parecían que estuvieran aislados de aquel tumulto de gente ruidosa y desordenada que había alrededor. Los gritos de los niños, las personas que hablaban en voz alta, las mesitas llenas de vasos y las botellas de plástico semivacías que de tanto en tanto caían golpeadas por la gente que pasaba; parecía no molestarles mínimamente.
Como si no existiese nada a su alrededor, como si estuvieran en una isla desierta hecha de dulzura, de atención, de amor del uno por el otro.
Me he quedado allí, delante de mi café, que movía lentamente con la cucharilla, observando con una cierta envidia sus gestos. Se veía que se amaban, esto saltaba a la vista de todos. Una complicidad insólita los rodeaba.
Pero lo que me había impresionado no era el hecho evidente de que se amasen, sino cómo lo hacían.
Cada palabra, cada gesto, cada acercamiento estaba compuesto de una intensidad y de una profundidad tal que hacía entender a cualquiera que era solo la punta de un iceberg, bajo el que vivía la inmensidad.
La esencia del amor residía en aquellos pequeños gestos que se intercambiaban, que a primera vista insignificantes, sin usar palabras hablaban de su pasado, de lo que uno sentía por el otro, de esa profunda y desinteresada ternura que los hacía estar bien y no pedía otra cosa que ser comprendida y apreciada.
Tenían un modo de entrar en contacto entre ellos más receptivo y fiable que las palabras. Hecho de miradas, de silencios, de sutiles mensajes y aún más sutil era ese modo con el que en lo profundo de la propia intimidad uno respondía a la llamada del otro. Era hermoso verlos juntos, quién sabe desde cuánto tiempo se conocían, quién sabe qué habían tenido que superar para llegar a una semejante complicidad.
Sus guerras, sus luchas, sus tomas de posiciones, sus términos, sus defensas y barreras estaban ya superadas hace tiempo.
Eran dos almas gemelas y tenían un modo exclusivo de entenderse y de entrar en intimidad entre ellas, a diferencia de las personas comunes que deben recurrir al comercio de las palabras, ellos se llenaban con la sola presencia.
Ella, mirándolo a los ojos, le tomaba las manos y las apretaba fuerte entre las suyas besándolas. Él, de vez en cuando, se liberaba de aquella presa, le acariciaba los pelos, y acercándose con la cara sentía su perfume.
Ninguno de los dos decía una palabra, solo una profunda y evidente alianza los mantenía cercanos, uno al otro.
Una alianza que no se basaba en la atracción física, en el bien recíproco, en la pasión o en el amor mismo, sino que, representaba aquel cambio interior del ser humano por lo cual una persona se siente parte indivisible de otra.
El amor, sin esa alianza, sin esa invisible conexión mental, sin esa indispensable complicidad, sin la posibilidad y la capacidad que uno tiene de penetrar en el otro, el amor en sí no es gran cosa. Estar juntos no significa nada.
Tener un proyecto común, formar una pareja, si no viene llenado de ciertos instantes profundos, se reduce a una banal y recíproca conveniencia que el tiempo hará añicos.
¿Qué es el amor si entre dos personas no existe un lazo interior que los une?
Un lazo que nace de una aparente no comunicación, de un intercambio misterioso de silenciosas miradas y de la complicidad de ciertos gestos. Es en la profundidad de esas miradas, de esos gestos, de esa silenciosa presencia, que nacen y se arraigan los vínculos del amor.
Pero, no fue este escenario el que hizo palpitar mi corazón, no fue esto lo que captó mi atención, no fue esto lo que me hizo pensar. Lo más hermoso aún tenía que llegar.
Después de un rato de estar allí, sentado en el bar observándolos, me levanté para irme.
No quería que se dieran cuenta de mi presencia, no quería molestarlos y romper de algún modo, con mi indiscreta curiosidad, aquel momento de amor…
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