El Inspector Carrados y la Muerte Silenciosa. ( 6/6)

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Llanto por un Policía.
Salieron del reservado, Galleguillos se dirigió al grupo y como si fuera el Jefe, con un pequeño movimiento de cabeza se dirigió a una puerta que supuestamente daba un patio interior; detrás Carrados, González y los Jefes en retiro. Al abrir vieron sorprendidos que no había patio, sino un amplio y bien mantenido gimnasio, sin duda era donde se mantenían en tan buena forma los veteranos ex policías; curiosamente en el fondo había cinco maniquíes vestidos con prendas comunes y corrientes, incluidos zapatos, cada uno sujeto de los pies a una especie de plato de fierro que los mantenía firmemente erguidos.
Otro gesto del ex Comisario Galleguillos y alguien se apresuró a entregarle una pistola que reconoció fácilmente por su gran tamaño como un arma que lanza balines de plomo o acero impulsados por gas CO2. No había duda que siempre estaba preparada, pues el hombre giró con destreza y rapidez la “mariposa” que rompe el sello de los pequeños balones de gas colocados en la culata; lo miró un segundo y con rapidez asombrosa disparó los balines con un pequeño ruido algo más fuete que el sonido de una palmada. Conocía la puntería de su Jefe, querido por todos sus subalternos por su sentido de equidad y cortesía, sin perder su autoridad, pero nunca lo había visto hacer tal demostración. Por cada disparo saltaba un pedazo de la garganta de los sólidos muñecos.
Otra seña y detrás de los jóvenes policías cinco manos hicieron zumbar cinco puñales que se clavaron justo en la garganta de los monigotes, donde antes habían hecho blanco los balines. Un movimiento de su mano y ágilmente cinco de estos maduros hombres corrieron y con un salto y un pequeño giro simultáneo golpearon con el antebrazo sobre la oreja a cada muñeco. En medio del silencio se escuchó el chasquido de rotura de los cuellos y las cabezas rodaron por el suelo, produciendo un escalofrío al Detective González que no pudo evitar cerrar los ojos un par de segundos, pues estaban presenciando no sólo la gran habilidad de un grupo de Jefes en Retiro de la policía, sino que estaban ante la presencia de los ejecutores de los criminales. Comprendía que esto tomaba un cariz muy desagradable para él y en especial para el Inspector Carrados que nunca ocultó su admiración y cariño, a su manera, por el Comisario Galleguillos.
La cuestión para el joven Detective era: ¿Iban a salir con vida de esta aventura? Como policías honestos debían detener a los infractores de la ley, pero ¿Qué podían hacer contra expertos en matar sin armas de fuego?
– Inspector Carrados, Detective González, –la voz estrangulada del Jefe Galleguillos sonaba extraña y fuerte en medio del silencio de la sala y su mirada ansiosa estaba pegada en el rostro pétreo de Carrados– les rogamos que se unan a nosotros, pues la ley, la justicia y la policía nada pueden hacer para detener esta ola violentista y descarada de los hampones…..
El silencio se hizo insoportable, el grupo de hombres que miraba a los dos jóvenes policías parecían sacados de antiguos cartelones del cine.
– Si no aceptan …, –sonó de nuevo la voz estrangulada de Galleguillos– nos juramentamos que la vida truncada de uno solo de nuestro grupo, era suficiente para disolver este escuadrón y cada uno … para su casa a llevar una vida normal.
Carrados lo miraba con infinita compasión y … en un impulso que nunca vieron en el joven, éste se abalanzó sobre su querido Jefe y lo abrazó fuertemente. Fue sólo un segundo, pues lo soltó, dio media vuelta y tocó el brazo de su ayudante; los veteranos les abrieron paso y salieron a la calle.
– ¡¡¡Por favor, Carrados!!! –Fue el bramido desgarrador que escucharon desde dentro.
González, todavía conmovido por los acontecimientos, miró por sobre su hombro mientras apresuraba sus pasos hacia el automóvil. Miró a su colega e iba a decirle algo, cuando se escuchó una fuerte detonación en el interior del edificio, quiso preguntar qué ocurría, pero vio que Carrados seguía caminando varios metros adelante con su paso elástico. Lo alcanzó y por detrás le preguntó:
– Jefe…el … el Comisario …¿Se suicidó?
Como no recibiera respuesta se adelantó al Inspector y vio que su rostro estaba bañado en lágrimas en un llanto sereno y silencioso. Guardó silencio, subieron al vehículo, Carrados tomó el volante y lentamente agachó su cabeza hasta apoyar su frente ; estuvo como meditando, dio un profundo suspiro y levantó su cara.
– Caso cerrado. –Su voz ronca era lo único que acusaba su emoción– Señor González, conocí a esta gente de honor … no rompen su palabra. El Jefe Galleguillos no quebró la suya … a costa de su vida; ahora los veteranos jefes se van a sus casas, su misión ha terminado… la nuestra también.
– Nunca se sabrá la verdad de este drama… –Su voz serena y normal ya, continuó–: Lo juro por la memoria del Comisario Galleguillos, los ciudadanos pueden caminar más tranquilos por las calles, pues los cobardes hampones tendrán miedo que aparezcan de nuevo los justicieros fantasmas.
Dio contacto y el auto comenzó a rodar lentamente.
– Señor González, –Voz impersonal, vuelta a la normalidad en todo sentido– daremos cuenta que el Comisario Galleguillos se suicidó …abrumado por su culpa. Ya dije, caso cerrado y … debemos hacernos cargo de las otras diligencias pendientes.
A la orden, Jefe. –Respondió el joven ayudante, mientras entraban al estridente centro de la ciudad. Miró a la gente y una suave sonrisa de alivio jugueteó en sus labios.


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