Pasan las horas enterradas en recuerdos por llegar, ansiedad de volcar la balanza de la felicidad. Y no dejo de preguntarme cuál de estos finales llega a tus puertas, sin mediar las palabras para acariciarte sin tocarlas. Llegan mis manos a rozar tu resplandor, tan vivo y delicioso como son tus sonrisas a ráfagas estrellándose una y otra vez contra el portal de mi corazón, haciendo surgir la ilusión de ti. Sé donde te guardas del mundo, ese rincón con velas de tu niñez, recóndito encuentro de tu aliento con ese pensarte lentamente sin encontrar una señal de haber llegado allá donde paran los pasos.
Bajo el agua, intento salir a la superficie, sin miedo a que mis lágrimas se pierdan y poco después sientas un leve roce en tu mejilla. Luz decreciendo sin cesar, rodeando las sombras de tus idas en busca de lo único que puedes atesorar como vida, eso que no te puedo dar yo siempre. No puedo alcanzarte como arroyo cristalino, siendo gotas de mí, irrumpiendo todos tus sentidos hasta hacerte perder pie.
Me alejo sin remedio, sin la posibilidad de arropar tus miedos, de verte crecer sin la presencia de mis mejores deseos, pero no olvides que deslicé mi corazón en tus esperanzas.
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