LOS ANALES DE MULEY(2ª PARTE)(18)
Por YUSUF AL-AZIZ
Enviado el 09/12/2015, clasificado en Varios / otros
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XLV
El tiempo fue pasando,
la normalidad volvió
y la hacienda creció
con insinúo esplendor;
con tesón se laboró
con todo nuestro amor.
Para mí fue todo un reto.
Mi situación personal
volvió a ser normal,
era el hijo del casero
que no siendo teatral
deseaba ser rentero.
Ofuscado en mi dolor
labrando la tierra estaba,
el tiempo veloz pasaba
y a hembra no conocía;
por las noches suspiraba,
me ahogaba por el día.
“La hembra está predispuesta
para conocer varón”,
me decía mi corazón,
pero cambié de color;
debo tomar decisión
y actuar con honor.
Al mundo me arrojé
buscando buena mujer
para poderla querer,
una hembra que hiciera
mi cuerpo estremecer
y que hijos me diera.
Ardua sería la tarea,
pero mi empeño sería,
obstinado la buscaría
por sinuoso camino
y con ahínco seguiría
la senda de mi destino.
Me aconsejó mi madre
y respeté su opinión,
la escuché con atención
porque me decía verdad,
pues sin quitarme razón
comprendió mi dualidad.
Haciendo caso a mi madre
de valor me infundí,
hacia el pueblo corrí
para ver a mi amada,
pero iluso comprendí
que era una recomendada.
Fue de mi total agrado
aquella joven mujer
que empecé a conocer
con demasiado recelo,
me hacía estremecer,
pero hallaba consuelo.
Yo era muy vergonzoso
en asuntos de mujeres
y en todos sus menesteres;
florecía mi timidez
cuando mis pareceres
mostraban frágil mudez.
Vencí todos mis temores,
a ella logré llegar
y al fin comencé a amar,
me sentía correspondido
en este mundo de azar
donde estaba sumido.
Comencé la relación
entre tímidas miradas,
situaciones forzadas
y seductoras sonrisas,
pero eran acalladas
por mis sólidas premisas.
Era de piel morena,
tan suave como tules,
de ojos grandes y azules
que escondía su timidez;
por sus ramas no pulules
que dañas su frigidez.
Pero yo la haré fuerte,
altiva y vigorosa,
será una bella rosa
de radiante color,
se hará mujer hermosa
y compañera en amor.
Sellamos nuestro querer
y novios nos hicimos,
desde aquel día partimos
hacia lo desconocido,
más unidos recorrimos
un sendero en olvido.
Yo deseando estaba
que fuera cayendo el día,
que mí denotada atonía
se volviera vigorosa
y volviera la alegría
a esa huerta tan frondosa.
Mi pensar era para ella
cuando estaba faenando,
más me iba alegrando
cuando el tiempo pasaba
y la tarde iba acallando,
pues paciente lo esperaba.
A su reja acudía
dispuesto y contento,
me agradaba el momento
y fandangos le cantaba
alabando el evento
que uniéndonos estaba.
Prendido a su negra reja
susurraba mi cantar,
me olvidaba de hablar
y se escuchaba mi canto;
era mi forma de amar
para ocultar mí llanto.
Benditas fueron las noches
que en su reja pasé,
de corazón le canté
el amor que yo sentía,
y mil besos le robé
a la mujer que yo quería.
Encontré lo que buscaba
en esa joven mujer
llena de color, de querer,
orgulloso comprendí
que la iba a poseer
y brotó mi frenesí.
Nos prometimos amarnos
toda una eternidad,
todo sería libertad
y romperíamos cadenas,
nos juramos lealtad
y mataríamos penas.
XLVl
Era un mes primaveral,
era un mayo caluroso,
radiante y hermoso,
que al descanso incitaba,
era un tiempo ocioso
que laborar nos restaba.
Aquella bella mañana,
cuando despierta el día
y la luz se hace guía,
me despertó un malestar;
ahogarme parecía
tan confuso despertar.
De un horrendo sueño
yo había despertado,
estaba tan extasiado
que todo lo olvidé;
me sentía tan azorado
que en silencio lloré.
El sueño no recordaba
y olvidado quedó,
más mi corazón sintió
un insólito quebranto
que en gritos desembocó
y asfixió mi llanto.
Mi madre me despertó
confusa y asustada,
afligida, acongojada,
vino a mi habitación
quedando tranquilizada
y yo le pedí perdón.
Con el miedo en el cuerpo,
el corazón palpitando,
con lágrimas resbalando
por mis tiernas mejillas
y mi temor sofocando,
salí de allí de puntillas.
Temiendo hacer ruido
por las escaleras corrí,
a la huerta salí
descalzo, casi desnudo;
en su manto me embutí,
pues todo lo veía crudo.
Caminé entre arboles
de follaje exuberante,
como si fuera amante
loco y despavorido,
como un pobre errante
anduve algo perdido.
Por sus encharcadas tierras
desorientado caminé,
su manto todo pisé
y la luz de la mañana
débil, tenue, fue
mi compañera mundana.
Con la mirada lejana,
fija en el infinito,
como si fuese un manolito,
o un simple vil asesino,
deambulé despacito
por el lodazal camino.
La huerta se me hacía grande,
inmensa, impenetrable,
su follaje era notable
así como su abandono,
allí nada era fiable,
pues para mí era un icono.
No era ningún maleante,
pero mi instinto me decía
que aquel caluroso día
gran sorpresa me guardaba,
algo singular presentía
y por ello algo buscaba.
Me dejé llevar por mí
angustiosa ansiedad,
perdí la capacidad
de hombre racional,
mi total serenidad
y mi afecto personal.
No sé qué iba buscando
o que podía encontrar,
pero aquel despertar
raudo me echó a la huerta
y comencé a buscar
por aquella senda incierta.
Y encontré respuesta.
Allí estaba sentado,
con su cuerpo echado
en el tronco de un peral,
quedé inmóvil, parado,
en medio del lodazal.
Gélido aquel cuerpo
estaba, rígido, inerte,
a él acudió la muerte,
en su casa penetró
maldiciendo su suerte
hasta que al fin expiró.
Mi corazón explotó,
mi dolor llegó al cielo
buscando en el consuelo,
era tanta mi aflicción
que rodé por el suelo
con tétrica expresión.
Era mi amado padre
quien allí yacía sin vida,
con su mirada perdida
al infinito miraba
y su cabeza retraída
al paraíso engañaba.
Sentí mucha impotencia
y lloré desconsolado,
me acerqué a su lado
pera su cuerpo abrazar,
a su torso enganchado
comencé a vociferar.
Aún recuerdo aquel día,
aquel difícil momento
que olvidando el evento
vi un sueño truncado,
afligió mi sentimiento
y quedé angustiado.
A veces rompo mi llanto
y vuelvo al pasado,
al cielo miro apenado
lleno de su recuerdo
y cabalgo a su lado
como un arriero lerdo.
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