Cuando el Amor es Imposible.

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 Recuerdo que en el liceo había conocido a una chica bellísima, Carla, que tenía unos ojos preciosos. Cuando mis compañeros de curso supieron que estaba enamorado de la alegre muchachita, me contaron que la habían visto acompañada de una joven y conocida lesbiana, Raquel. Vuelvo a repetir aquello que en varias narraciones he destacado, la idiosincrasia de la gente de la cuenca del carbón es muy particular, a tal extremo que la bauticé como “El Salvaje Oeste” de Chile.
Los hombres y mujeres son aguerridos, violentos y no ocultan sus sentimientos; de tal modo que los pocos cobardes que existen allí, deben irse de Lota, Coronel o Talcahuano, pues los persiguen, les toman el trasero, insultan, etc. Como evangélico me controlaba hasta cierto punto, pero, también lo he contado, los mineros y pescadores me hicieron un peleador callejero desde los ocho años de edad, de lo contrario no se me consideraba macho.
Imagínense ustedes como sufrían estas dos mujeres las persecuciones que, a los pocos años, desafiantes comenzaron a convivir. Hasta que un día cualquiera debí concurrir al Parque de Lota, un lugar muy bello que regaló doña Isidora Goyenechea de Cousiño, uno de los dueños de las minas de carbón, para solaz de sus trabajadores. Allí habían descubierto dos cadáveres y a ese sitio del suceso acudimos de Lota y Coronel.
Cuando llegué, abriéndome paso con mi placa de detective entre los policías uniformados que protegían el lugar de los curiosos, tuve una de esas impresiones que no olvidaré.
Había funcionarios más antiguos que yo, tomando fotografías para fijar todos los detalles que la vista no es capaz de distinguir. Eran dos mujeres que estaban colgando del cuello desde un árbol muy inclinado frente a un paisaje maravilloso de la rada de Lota.
Ocuparon solamente un cordel y, de acuerdo a los estudios practicados en el sitio, se habrían puesto de acuerdo para saltar y morir juntas con el mismo vínculo como último intento, quizás romántico para ellas, de huir del acoso de los terribles pobladores. Ahí reconocí a la bella Carla con su amante Raquel; quise llorar, pero el temor a las burlas de los duros trabajadores del carbón, me hizo callar y sólo observar la actuación de mis colegas. Estos, que me conocían como un novato, tuvieron la suficiente sapiencia para dejarme sin actuar, pues sus ojos escrutadores reconocieron el dolor que me embargaba y posteriormente debí confesar que afectos me unían a la hermosa muchacha.
No me olvido de ellas, así como de otros casos, y en la fragua de la vida policial me fui forjando sin perder mi espíritu cristiano y humano que, como ya lo he manifestado en otras ocasiones, no me transformó en un policía duro con los que sufren al caer en un delito. Tal vez sí tienen razón al tratarme de malo cuando, hasta la fecha, debo actuar contra los delincuentes despiadados y ante los ciudadanos comunes y corrientes me muestro flemático, pese a sus insultos con los que me acusan de delitos que sólo con la rabia del momento los manifiestan .
Sí, en aquella época y lugar, fue un amor imposible de dos mujeres que se amaban y decidieron suicidarse en los extremos de un mismo cordel.


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