Deudas, Sexo y Religión parte I

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Deudas, sexo y religión

Ya hacía mucho que nuestro vecino, una persona meticulosamente religiosa, nos había prestado una cantidad bastante respetable de dinero para una urgencia médica. Sin embargo, hasta varios meses después él nos comentó que necesitaba nivelar su cuenta ya que el préstamo lo había hecho a espaldas de su esposa. “No es que necesite el dinero, pero ella lleva cuentas de todo y está por hacer el corte anual”.

Estábamos desesperados  pues aunque no estábamos completamente quebrados, era imposible reunir la cantidad requerida en el plazo que estableció.

Mi esposa y yo ya habíamos comprobado que éramos unos exhibicionistas consuetudinarios. En las fiestas, a las que nos invitaban frecuentemente, ella siempre andaba provocando altas pasiones. Normalmente usaba un vestido de esa tela que se pega al cuerpo y que hace parecer que el vestido lo trae untado o pintado. No usaba sostén, con sus pechos pequeños y firmes solo se adivinaban sus pezones de manera muy sugerente. Debajo, solo cubría su pubis perfectamente rasurado con una micro tanga blanca de seda. En cada vuelta que dábamos bailando, podía lucir sus tornedas piernas y frondosas nalgas entre las que se perdía irremediablemente el hilo dental. Moríamos de risa cuando nos dábamos cuenta de que muchas esposas pellizcaban a sus maridos para que estos se voltearan a otro lado y dejaran de disfrutar el erótico y aparentemente inofensivo espectáculo.  Casi siempre terminábamos en un hotel teniendo sexo hasta el amanecer y fantaseando sobre el sexo grupal o con al menos un trío.

René nuestro vecino, asiduo asistente a una iglesia evangélica,  no pocas veces nos había insistido para que nos integrásemos a su grey. En algunas fiestas a las que se escapaba sin su esposa, nos acaparaba la compañía pues al parecer éramos de los pocos que lo soportábamos a pesar de su fanatismo religioso. Incluso llegó a intentar bailar con mi esposa, pero su nerviosismo lo traicionó al mismo tiempo que yo constate cuando lo intentó, que un enorme bulto se formaba debajo de su pantalón. Tuvo que dejar el baile, a mi esposa a media pista y salir corriendo al baño.

Todo empezó a suceder un día en el que él llegó a la casa un día entre semana por la mañana. Mi esposa pensando que era yo que se me había olvidado algo, bajó a abrir la puerta. Traía puesto solo lo que acostumbraba para dormir: una blusa transparente de vieja y que estaba tan flácida que solo le cubría un pecho. Un breve calzón blanco de seda que parecía conservar todavía humedad de nuestro acto sexual matutino.

Bostezando, ella abrió la puerta y se dio la vuelta sin darse cuenta todavía de que no era yo. Dejó abierto y dijo “¿Y ahora qué se te olvidó?”. En ese momento, todavía dando la espalda al visitante, se agachó para recoger algo del piso. Entonces dejó ver su preciosa vulva en la que distinguían sus carnosos labios que parecían palpitar todavía por el último orgasmo. René tuvo que sostenerse de la pared para no caer por la impresión. Cuando alcanzó a balbucear: “ es que, es que”, vio afuera de la casas a una vecina que estaba a punto de pasar por ahí y que seguramente iba rumbo al trabajo. Comprendiendo lo comprometido de la escena, él cerró la puerta violentamente antes de que lo pudieran reconocer. Hasta ese entonces mi esposa volteó. Se dio cuenta de lo que había sucedido y de su propia confusión. En una ráfaga y destello de genialidad, aparentó naturalidad, solo se subió la blusa para tapar su desnudo pezón y dijo: “René, ¡qué sorpresa! Pensé que era Arturo”. Disculpa el tiradero. Pero me acabo de levantar.

René estaba más rojo que un tomate y el bulto que yo había visto antes formarse, ahora parecía que era capaz de reventar el cierre de su fino pantalón de casimir. Mi esposa que parecía haber fraguado el plan desde la última fiesta, le dijo: “Por favor siéntate”, te invito un café. Él todavía estaba mudo y parecía encomendarse a toda la corte celestial.

Con toda el escenario dominado y sabiendo el efecto que estaba causando, mi esposa fue hacia la cocina de nuestra casa de interés social a preparar el café. En casa movimiento su blusa caía insistiendo en mostrar ese hermoso pezón derecho.  Cuando se puso en puntas para alcanzar el café instantáneo, sus hermosos labios volvieron a asomarse entre esa tanga de seda blanca que ya se estaba humedeciendo de nuevo. Ella dejó las tazas de café en la mesita de centro y sin más se sentó y abordó el tema: “¿Sabes Rene? Mi esposo está haciendo todo lo posible para reunir tu dinero, pero ha sido demasiado difícil. Yo….yo  -ella empezó a gemir un poco y a simular que estaba a punto del llanto-, yo no sé qué hace para ayudarlo. Te juro que haría cualquier cosa para que le perdonaras la deuda; para que le dieras más tiempo, o algo…-tomó un poco de café – y continuó: “te juro que haría cualquier cosa”. El la veía absorto, hipnotizado con la boca semi abierta con una expresión francamente de tonto.


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