No pasan ni cinco minutos y suena el timbre. Rápidamente nos vestimos, y ella abre la puerta.
Van entrando los invitados a la fiesta.
Mis amigos, sus amigos, nuestros amigos. También nuestros respetuosos familiares.
Llevan bandejas con comida y bolsas con la bebida.
Los últimos en llegar traen la tarta.
Se nota que hay hambre, porque todos se lanzan como fieras sobre las bandejas.
Yo también estoy hambriento, derrotado pero con hambre.
En cambio mi chica está como si nada hubiera pasado, paseandose y saludando a la gente.
De pronto, oigo como su prima le pregunta.
-Oye ¿Tú no comes nada?
-La verdad, no tengo apetito.
¡Llevo un empacho encima!
He picoteado una tontería de nada antes de que llegaseis, y me da la sensación de que me he comido un hombre entero.
Y se queda tan ancha.
Ya os contaré otro día, lo que le hice esa noche cuando nos quedamos solos.
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