LOS ANALES DE MULEY(2ª PARTE)(19)
Por YUSUF AL-AZIZ
Enviado el 15/12/2015, clasificado en Varios / otros
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XLVll
A las cinco de la tarde
de aquel Mayo florido,
con silencio dolorido
íbamos en andadura
por la senda del olvido
para darle fiel sepultura.
Una inmensa muchedumbre
su féretro acompañó,
el pueblo demostró
su pesar y su dolor;
aquella gente rindió
a sus pies todo su amor.
Y hasta al campo santo
en sus hombros le llevaron,
su féretro levantaron
para alcanzar la gloria,
todos ellos demostraron
honra a su memoria.
Fue para mí un triste día
lleno de suma aflicción,
de plena desolación
ante aquel triste evento,
tenía roto el corazón
y muerto el aliento.
Tétrica estaba mi madre,
henchida de amargura,
él fue su única montura
por tan sinuoso sendero,
y guardó compostura
en honor del compañero.
Con él se fue su aliento,
más arropo su quebranto
con un invisible manto
calando sus alegorías,
y enmudeció su llanto
quebrando sus monerías.
Con suma resignación
supo guardar su dolor,
más no oculto su amor
y demostró su entereza
ante aquel deshonor
y ante tanta dureza.
La miraba con tristeza.
Semblante serio, erguida,
con su mirada perdida
y su llanto aguantando;
resignada, abatida,
se estaba resignando.
La consideraba fuerte,
curtida y luchadora
de la vida, gran señora,
sumisa y obediente;
muchos dones atesora
con su servicial mente.
Esperaba su derrumbe
como ser humano que era,
me mantenía a la espera
mirándola de soslayo,
más se mantenía entera
aquel triste día de mayo.
Con un río de lágrimas
y un silencio pasmoso,
se despidió del esposo,
dejó un ramo de flores
multicolor y pomposo,
símbolo de sus amores.
Soportó aquella cruz
sin dar una sola queja,
más en su interior deja
angustias de pasión
por un amor que se aleja
callando su evocación.
Aquel día fue muy gris,
de tétricos sentimientos
y paulatinos momentos
repletos de aflicción,
soplaban fríos vientos
que traían desolación.
Yo estaba tembloroso,
por el dolor desgarrado,
pensativo, apenado,
parecía ausente
contemplando al finado
y olvidando a la gente.
Sumido en la tristeza
en silencio gemía,
odiaba aquel día
como un brutal asesino
que tras de mí se escondía
torciendo mí destino.
No me veía huérfano,
ni su muerte aceptaba,
más apenado lloraba
aceptando el evento
que a mi alma desgarraba
en tan mohíno momento.
Yo idolatraba a mi padre,
en él creía ciegamente,
era hombre listo, prudente,
sumiso, trabajador,
y amante de la gente.
¡Un buen progenitor!
Con él se iba mi vida.
Quedaba desamparado,
pero fui hombre formado
en negra adversidad
y todo lo de atrás pasado
formó mi identidad.
El me enseñó a ser hombre,
a saber sobrevivir
y a saber compartir
este injusto y vil mundo;
siempre supe bien sufrir,
más nunca fui iracundo.
Le despedí sollozando.
Afligido por la pena
vi rota nuestra cadena,
de reojo miré al cielo
suplicando una condena
para adquirir consuelo.
Quería buscar un culpable
donde mi odio colgar,
mi iracundo ahogar,
todo era un quebranto
incapaz de sosegar
aquel sollozado llanto.
No tenía respuesta
y mi alma desesperaba,
cabizbajo soportaba
el dolor de aquel suceso,
mi corazón se encontraba
de mi aflicción preso.
Se rompió la cadena
que a mi padre me unía,
un fuerte eslabón se perdía
por un éter tenebroso
donde su ente acudía
complacido y honroso.
Todo acabó para él:
su aliento se disipó,
su dolor enmudeció;
me siento hombre lerdo
de ese varón que murió,
más en mi está su recuerdo.
A Dios rogué llorando
que calmara mi aflicción,
avivara mi pasión
rompiendo mí quebranto,
recobrara mi ilusión
y me arropase su manto.
XLVlll
Y la vida prosiguió
su incansable caminar
y dejé de implorar
al Dios de los cristianos,
también dejé de llorar
por aquellos mis hermanos.
Y mi casa se tiñó
de una negra tristeza
que solo con entereza
podríamos sobrevivir,
y usando la cabeza
olvidamos el morir.
La cuita, la esperanza,
fluyen por mi corazón,
son para mí un perdón
que enarbolo con honor,
más los escondo con tesón
porque guardan mi dolor.
Odie al mundo entero
por doloroso evento,
me partió el sentimiento
y afloró la locura;
fue afligido momento
de difícil coyuntura.
¡Cuánto padecimiento
sufrimos en esta vida!
Nada de ello se olvida
y nada se difumina,
mi alma quedó conmovida
y acepté la rutina.
Me olvidé de aquel Dios,
de amor y sinceridad,
de cordura y bondad,
de todo cuanto predijo,
puesto que aquella deidad
dejó morir a su hijo.
Tuve que mirar al frente
soportando mi dolor,
limpiarme mi sudor
y caminar con sigilo,
solo mi inmenso amor
me mantenía en vilo.
Era el único varón
que ya en casa quedaba
y me madre esperaba
que nunca la abandonara,
una luz en mi buscaba
para que le iluminara.
Ella dependía de mí,
yo dependía de ella,
nadie formuló querella,
ni nadie alto habló,
más la situación aquella
a todos aglutinó.
Yo seguía en la huerta
como peón trabajando,
de mi madre cuidando
y de recelo henchido,
las rentas seguía cobrando,
pero me sentía perdido.
Ella cuidaba la casa,
la mansión de los señores
y hacía sus labores:
cuidaba el jardín, la huerta,
mimaba sus bellas flores
de floración incierta.
Mi madre nunca pensó
que de la huerta saldría:
<<Nunca amanecerá un día
gris tan deshumanizado
-para sí siempre se decía-
que siempre sea llorado>>
Era muy confiada,
servicial y obediente,
creía mucho en la gente,
más aún en su “señorito”,
pero el evento reciente
enmudeció su grito.
Perdió su alegría
y sus ganas de vivir,
más no dejó de sentir
su inmenso amor por mí;
yo palpaba su sufrir
y sus mimos comprendí.
Yo estaba expectante,
dejando el tiempo pasar,
saciado de cavilar,
pero activo y seguro;
era cuestión de esperar
para aclarar mi futuro.
Sabía que el “señorito”
tomaría decisión,
buscaría la ocasión
para mi moral hundir
y florecer mi aflicción
para de aquí salir.
Ya no era de su confianza,
ni me guardaba simpatía,
gran distancia ponía
entre lo suyo y lo mío,
así siempre guardaría
la corriente de su río.
Me guardaba desprecio.
Con tesón me odiaba,
sabía que le esperaba
y aún perdiendo la vida
el momento aguardaba
para salir de estampida.
Nunca sería capataz
de aquello donde nací,
del lugar donde crecí,
pero estaba orgulloso,
y siempre así lo sentí,
de aquel rincón tan hermoso.
Presentía un cuchillo
blandiéndose sobre mí,
hombre paciente fui
esperando la ocasión,
y miedo no sentí
que hirieran mi corazón.
Pero pasaba el tiempo.
El silencio me consumía
y lloraba y sufría,
expiaba mi pecado,
pues la culpa era solo mía
y estaba agobiado.
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