Hace unos días me mudé a un nuevo vecindario. Parecía pacifico, muy tranquilo a decir verdad.
Por las tardes, los niños salían a jugar y por horas lo único que se escuchaba eran los gritos y risas de los pequeños que con tanta inocencia jugaban.
Había una niña que llamaba mi atención especialmente; siempre se quedaba sentada en la banqueta frente a mi casa, muchas veces viendo hacia dentro. No me molestaba, la pequeña parecía tener menos de 6 años y sabía que no había ningún tipo de malicia en su corazón. Muchas veces escuchaba como le gritaban desde su casa, pero ella no iba ni su madre salía.
Una tarde la invite a pasar, sólo para que viera a mi gato Rogelio. Ella parecía encantada con el animal y el la aceptaba con gusto lo cual es muy raro.
-Ojalá pudiera tener un gatito como este, es muy bonito.
-¿Verdad? Podría compartirlo contigo, parece que te quiere.
-Mi padre no estará muy de acuerdo…
-Tu mamá quizás…–ella no respondió, siguió acariciando al gato. “¡¡Vanessa, Vanessa!!” escuché esa voz nuevamente, seguro que era su mamá. Todas las tardes era lo mismo, pero ella lo ignoraba– ¿Esa no es tu madre? –asintió sin verme. Rogelio parecía comenzar a alterarse– ¿Por qué no vas?
-Llevo escuchando eso desde que murió.
Comentarios
COMENTAR
¿Te ha gustado?. Compártelo en las redes sociales