Un Simple Chubasco.

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La invitación de su amigo Miguel, con quien se había encontrado casualmente en un pequeño pueblo del sur, lo entusiasmó y de inmediato aceptó ir a su casa de campo esa misma tarde y pernoctar allí.
Sospechaba que la conversación iba a girar sobre cuántas mujeres habían conquistado en sus cuarenta años de edad. En su carro todoterreno sabía que no tendría problemas en el camino de tierra. Los primeros goterones que dejaban caer las nubes oscuras y cargadas de agua en esa tarde de otoño, no lo iban a intimidar cuando justo llegaba al camino vecinal; tierra y piedras hacían bambolear al vehículo.
La lluvia se transformó en un diluvio que le obligó a encender las luces.
Entre las gruesas gotas un relámpago iluminó el camino y vio una figura de mujer a pocos metros. Estaba completamente mojada con su larga cabellera desordenada que cubría parte de su rostro que adivinaba hermoso, con la ropa ceñía su esbelta figura; frenó frente a ella.
Al parecer, comprendió que la iba a ayudar con tal problema en ese lugar solitario y corrió hasta que entró y se sentó como su copiloto.
—Por favor, señorita, cómo puede andar por estos lugares solitarios. Y justo la pilló esta tormenta sorpresiva. Por favor, use el rebozo de lana que llevo en el asiento posterior, no se vaya a resfriar.
—Gracias, caballero, tuve un accidente en mi vehículo. Cayó a una zanja en el lugar donde me encontró; mañana lo voy a sacar.
Mientras se cubría con la mantilla, miró sonriente. Era bella, de unos veinte años de edad; su forma de mirar hizo comprender al conductor que la fémina estaba coqueteando. El frío era evidente; encendió la calefacción, pero seguía estremeciéndose azogada. Comprendió que la ropa mojada la hacía tiritar de frío y le rogó que pasara al asiento trasero y se arropara.

Pero ella, con una sonrisa, comenzó a desnudarse y a tender sus prendas en los respaldos de los asientos. Pese a que estaba oscureciendo, estupefacto vio que la bella mujer aplicó la palanca que echaba hacia atrás el asiento que ocupaba. Vio su hermoso trasero completamente desnudo y le exhibió su atractivo genital; su bella sonrisa lo invitaba a cogerla y el hombre no soportó más la terrible excitación que se había apoderado de todo su ser.
Ella gritaba y le pedía que siguiera más y más. Cuando minutos después descansaban en los asientos reclinados, lo besó intensamente.
—Veo que no te acuerdas de mí.
Sorprendido, la miró y ella comenzó a vestirse
—Síiii, recuerdo que te conocí en alguna oportunidad, pero …
—Ya, ya, lo que pasa es que no te acuerdas. Tuvimos relaciones sexuales hace varios años—en forma furtiva había tomado las llaves del vehículo.
—Nooo, me habría acordado de ti. Además, … tú eres demasiado joven.
Cuando la bella muchacha abrió la puerta y salió en medio de la lluvia, el hombre estaba tan aturdido que apenas trató de detenerla.
—¡No salgas, la lluvia está arreciando!
Ella reía como loca, le mostró las llaves de su todoterreno y las lanzó lejos. En medio del chaparrón de agua, la muchacha se acercó y le gritó que le iba a refrescar la memoria.
—¡Infeliz, desgraciado, al fin me he vengado! ¡Ya no recuerdas a la niña de catorce años que llevaste engañada a tu casa y la violaste! Debí ser atendida en el hospital y te libraste de la cárcel por la mala justicia que hay en nuestro país! ¡Supe que venías a ver a tu cómplice de correrías sexuales, pues cuando te llamó yo estaba en la cama con él! Ja ja ja ja já, ¡Maté a dos pájaros de un tiro!
Casi llorando, agregó:
—Me llevaste por el camino de la prostitución,… de la perdición. Hoy ha llegado tu castigo.
Lanzó en su cara una tarjeta y corrió hasta los arbustos que crecían a la vera del camino. Salió en un automóvil que estaba oculto, mientras el estupefacto hombre no sabía qué pensar.
Miró la tarjeta que la identificaba, se tomó la cara y, lanzando un sollozo, quedó apoyado en el volante.
Recordaba en la tarjeta el nombre de su víctima, pero lo que más resaltaba en su mente era la frase “Paciente de Sida”.


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