LOS ANALES DE MULEY(2ª PARTE)(22)
Por YUSUF AL-AZIZ
Enviado el 21/12/2015, clasificado en Varios / otros
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Llll
Mi “señorito” entró
requiriendo pernada,
pasión desenfrenada
de sus pupilas salía
y con rabia satinada
su frenesí escondía.
<<Mi derecho de pernada
he venido a reclamar
de una manera formal
dentro de la tradición>>
-dijo sin parpadear,
sin ninguna sensación-.
Venía muy calentó,
arrebatado, consciente,
con claridad en su mente
y henchido de poder,
sabía que era suficiente
para su voz imponer.
Aquel hombre jadeante
respuesta esperaba,
su mirada se estrellaba
en las sombras de la noche,
con su actitud desterraba
cualquier mínimo reproche.
El silencio lloraba
su desconsolada pena
en aquella alegre cena,
el frenesí y el amor
eran una lúgubre trena
donde reina el dolor.
Me quedé pálido, quieto,
en la tristeza sumido
y totalmente perdido,
sin poder reaccionar,
me encontré desprotegido
sin nada en que pensar.
Me dejó anonadado
el inesperado evento,
pensé que sería cuento
en la noche de esponsales,
que sería un momento
de guasas personales.
Callaba el silencio
y comprendí mi torpeza,
afloró en mí la tristeza
y la situación asumía,
palpité tanta crudeza
que el aliento me dolía.
Quise imponer cordura
en semejante ocasión
y rebajar la tensión,
con asombro le miraba
henchido de confusión,
más recelo radiaba.
Mi madre estaba serena,
como un día sin viento,
esperaba el momento
del compromiso cumplir
olvidando el tormento
que pudiera producir.
Le complacía la visita
y su orden esperaba,
complaciente le miraba
desterrando su dolor,
su complacencia mostraba
ahogando su pundonor.
<<Se cumplirá la pernada,
se acatará el destino>>
-dijo con rostro cetrino
mi madre algo descentrada-.
Le recordó el camino
que un día fue agraviada.
Saque fuerzas de flaqueza
de donde no las tenía,
le increpaba, le pedía
que no fuese complaciente,
pues razones yo tenía
para ser alto consciente.
Me miraba sin recelo.
Dije con autoridad:
mi total felicidad
depende de este empleo.
Mi orgullo, mi dignidad,
los mandé todo a paseo.
Yo me sentía cerval
ante aquel rostro sereno
e intenté poner freno
a extraña situación,
pisaba un campo de cieno
henchido de pudrición.
Con pena mi madre dijo:
<<Viene de antaño, mi padre
también entregó a mi madre.
Todo en esta vida pasa,
más no hay perro que ladre
en esta humilde casa>>
Comprendí aquellas palabras
de una madre resignada,
el derecho de pernada
también le salpicó,
a ella quedó abrazada
y hoy rememoró.
Mi esposa quedó inmóvil,
viendo el tiempo pasar
sin nada en que pensar,
se encontraba abstraída,
en éxtasis, sin hablar,
la veía confundida.
Y sus pechos jadeaban
como bombas de presión,
perdió su pasión
en un efímero instante;
vio tanta confusión
que se creyó una mutante.
Su mirada lánguida
y fija en la puerta,
comprobaba su cierta
y dura realidad,
se sentía cubierta
con mantas de soledad.
Su erguida fisonomía
el silencio quebraba,
con rabia contemplaba
tan ridícula escena
y mustia esperaba
el resurgir de su pena.
No tenía ni voz ni voto
y callaba desolada,
se veía avasallada,
convidada de piedra,
se sentía humillada
tan fuerte como la yedra.
Como vulgar meretriz
de la casa salió,
en la mansión penetró
con paso firme, seguro,
en la noche se perdió
diluyendo su futuro.
Me recordaba otros tiempos,
donde el señor feudal,
en la noche nupcial,
por ley, podía yacer
con su súbdita formal
y demostrar su poder.
Pero es tiempo venidero
y todo está en olvido,
hoy no está permitido,
pero manda el hacendado,
pues un pueblo oprimido
asume lo encomendado.
Al ver salir a su nuera
mi buena madre sonrió,
con alarde suspiró
y se santiguó con fe,
a calla dientes rezó,
más con alivio la miré.
Se cumplió su deseo,
más yo estaba marchito,
me sentía un maldito
en un mundo de lamentos
donde cualquier escrito
esconde muchos espantos.
Tras la ventana esperaba
el radiar del nuevo día,
pesadumbre acudía
a mi alma desolada
y taciturno sufría
ignominia obligada.
No tuve valor de hombre,
ni coraje de varón
para mostrar mi aflicción,
miraba con languidez
a cualquier frío rincón
tapando mi palidez.
Angustiado soporté
aquella noche amarga,
tétrica, gélida, larga,
que se puede soportar,
fue elevada carga
que tuve que aguantar.
Mi madre se acostó
con su augurio cumplido,
con su hogar protegido
y con su alma serena,
yo estaba confundido,
pues en ella no vi pena.
Cuando despuntó el día
vi salir a mi mujer,
quiso rauda correr,
más el cansancio la ataba
y le hacía padecer
cuando ella lo intentaba.
Tétrica ella me miró
y yo lloré avergonzado,
me encontraba azorado
pensando en que hacer,
más me sentía premiado
con un mal que padecer.
¡Me dolió hasta el aliento!
Aversión vomitaba
y de ira me hinchaba,
me guarde mis quebrantos
al tiempo que sofocaba
mis frecuentes espantos.
Cabizbajo me quedé
requiriendo perdón,
allí perdí mi pendón
de amor y honestidad,
y quebré mi vocación
con mi falsa lealtad.
Amaneció un nuevo día,
negro, triste para mí
y sus signos comprendí;
alto su precio fue,
más mi pena escondí
y su dolor difuminé.
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