Siempre, por estas fechas, uno hace un balance del año, como si desde arriba, un ser superior, nos pidiera un informe detallado de los pormenores de nuestra vida. Son estos días momentos de celebración, de reencuentros, de regalos y felicitaciones, pero sobretodo, de recuerdos. Siempre he sido una romántica y una sentimental, pero con los años he aprendido a recordar desde la felicidad. No ha sido un año fácil, he vivido en la resaca del anterior que fue mucho peor. La vida me ha dado momentos felices y otros no tan agradables, pero todos ellos me han dado la posibilidad de crecer, de avanzar, de creer... Hoy me vienen a la mente aquellos que me quieren, que están ahí cueste lo que cueste. Pienso en los que no están, porque ya no nos acompañan, porque se fueron y no regresarán. Y me acuerdo de aquellos que no me acompañan pero que están, que siguen en el mismo lugar. Esos son los que más añoranza me despiertan, porque pusieron el tiempo como distancia, las obligaciones como escusa, la vida como impedimento para poder permanecer en contacto. A esos que el silencio y el desinterés apartaron de mi lado, a esos que fueron amigos y que tornaron en conocidos, a esos, los echo de menos.
El rencor y el odio nunca formaron parte de mi vocabulario ni están en el catalogo de mis emociones. Soy incapaz de sentir eso por alguien que me dio parte de si mismo, que compartió su tiempo y sus ilusiones conmigo. Sólo puedo acordarme de los buenos momentos, de las conversaciones agradables, de los cafés que compartimos y de los que quedaron pendientes. Sólo espero que la vida me devuelva a algunos de esos amigos a los que sigo queriendo conmigo, aunque no haya querido el destino.
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