Amarga Experiencia, Amarga Victoria. (2/3).
Por Jaimeo
Enviado el 29/12/2015, clasificado en Intriga / suspense
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Sábado 01,20 P.M.
Terminábamos de almorzar Castro, el Oficial de Guardia y yo, cuando llamó el teléfono. Era un periodista de un diario santiaguino, famoso por sus titulares chorreantes de sangre; quería todos los antecedentes del supuesto crimen; le aclaramos que había un error en esa información y que hiciera el favor de llamar más tarde, el Jefe le daría los datos oficiales. Principio de dolores, eso lo supimos después.
Como era mi día libre, cuando no se ordena lo contrario, me fui al cine y regresé en la noche; trabajamos 24 horas al día, 365 días al año; tomamos vacaciones, cuando podemos; dormimos, cuando podemos; comemos, cuando podemos; descansamos, cuando podemos. Aún así no dejamos satisfecha a la gente que nos critica: “ Pa’ eso les pagan”; de acuerdo, nos subimos a un potro bronco llamado Investigaciones, hay que aguantarse sin lamentos.
El Oficial de Guardia me dijo que el Comisario Jefe había preguntado por mí y que la cosa estaba que ardía: la radio y la prensa habían comentado sobre el presunto homicidio y que “estaba detenido el asesino de la mujer”.
Llamé a la puerta del Flaco Castro, quien estaba leyendo un libro recostado sobre su cama.
–Hola, compadre. Y ¿Cómo está este lío?
Castro dejó su libro, se restregó el rostro y con un suspiro destiló su amargura.
–Ni nuestros propios camaradas nos creen, viejito. Estoy seguro de nuestro informe, pero ¡Chitas que me molesta la actitud de desconfianza de ellos! ¿Sabes que la autopsia se hará el lunes? Imagínate como nos van a joder estos días… pero, ¡Aguantemos, no más! Total fuimos nosotros quienes estuvimos realmente junto al cadáver.
Me retiré a descansar, pero en mi cabeza daba vueltas la interrogante qué determinación tomaría el Juez con el infeliz acusado de un supuesto crimen. No obstante, dormí profundamente hasta muy entrado el día siguiente.
Domingo 11,00 A.M.
Después del desayuno salí en mi motocicleta a pasear por la ciudad; en la plaza encontré un grupo de jóvenes amigos, quienes, como en todas las provincias acostumbran a reunirse en los lugares públicos para divertirse y chacotear sanamente.
–Hola, viejo. –Me rodearon con miradas de curiosidad– Bájate a “copuchar” (Chile=chismear) un poco.
–Oye, ¿Qué hay con la muerte de la mujer? –Esperaba tal pregunta. Todos, muchachas y jóvenes de mi edad y otros menores, tenían la mirada fija en mí, el héroe que se jactaban conocer y ser mis amigos; sentía ese placer de ser popular, pero ahora sé que la popularidad no dura mucho.
Me subí a un escaño y me senté en la parte alta del respaldo, de modo que me vieran todos. Escucharon en silencio mi versión de los hechos, resumida por cierto, y una de las chicas me increpó:
–Oye qué eres sucio, estuve en la estación cuando tomabas el cadáver de la mujer. ¡Puaj, qué asco! –Sonreí comprensivo.
–Espera terminar tus estudios de medicina y entonces hablaremos de esto.
Uno de los muchachos extendió ante mis narices el mencionado diario de la capital, un título con grandes letras rojas: “Bella mujer apareció desnuda en vía férrea de Tomé”. Con letras menores agregó que el hecho constituía un puzle policial y otras muchas, muchas supuestas informaciones de su propia cosecha.
Cándidamente me reí y comenté que había fallecido atropellada por el tren. Fui interrumpido por una de las muchachas, que me miró duramente:
–Y que me decís del “manso” (Chile=inmenso) puñalito que la muerta tenía clavado en la espalda, ¿Ah?
La hilaridad me hizo explotar en carcajadas, ante la atónita mirada de mis oyentes. Los miré divertido.
–Si estaban allí cuando examinamos el cuerpo, no pudieron ver puñal alguno, porque no lo había.
La chiquilla hizo un gesto de desagrado con la boca, herida por mi risa.
–No, no estuve allí, pero me contaron que tenía clavado un puñal de este porte –Mostró con sus manos. Furiosa porque continué riendo, agregó: ¡Quizás cuánta plata les pagaron a ustedes por ocultar al asesino!
Acusé el golpe bajo, dolido y sonriente, le respondí con ironía.
–Nos pagaron con media docena de pescado seco. –Me miraron interrogantes– Hay que ser muy tonto para dar crédito a tales mentiras. Se trata de unos pobres y míseros pescadores que viven en una choza a la orilla del mar.
Me metí las manos al bolsillo, puesto de pie me abrí paso entre mis “amigos”.
–Con permiso, chicos, ahora recuerdo que debo hacer algunas diligencias.
Me retiré con grandes trancos sin dignarme a mirarlos, había sido gravemente insultado. Mientras daba contacto a mi moto y me alejaba, pensé en la naturaleza humana: ¡Qué fácil es “echar a correr una bola” y cómo aumenta de tamaño con el transcurrir del tiempo, las versiones cambian de boca en boca. Allí quedaron los muchachos “amigos” con quienes siempre me divertía, desde que llegué a ese puerto y a quienes creía conocer. ¡Qué distintos los veía ahora! Agresivos, casi enemigos.
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