Ya no sé que echo de menos.
Si dijera que “a ti”,
sería un “a ti” muy difuso
y vago,
no sabría qué nombre ponerte,
no sabría si existes
o si es a mí a quien echo de menos.
Tendría que hacer memoria
y no se me da bien,
recordar cuando estoy mal,
ni si alguna vez estuve bien.
Dejar la mente en blanco
y que gobierne mis pensamientos a la deriva
me da miedo.
Miedo a cerrar los ojos
y verme en mitad de la oscuridad.
Miedo de enfrentarme a
mis pensamientos
y que me devoren.
Descubrir lo que ya sé.
Que soy un fraude,
un timo,
una estafa
que ha estafado al que escribe estas líneas.
Hay que ser muy gilipollas
y egocéntrico
para creer que nuestro breve suspiro
en este mundo
le importa a alguien.
Mirarte las pelusas del ombligo
y ver
que son tan negras como las de cualquier otro.
Cortarte
y ver
que tu sangre es tan roja como la de cualquier otro.
Llorar
y ver
que tus lágrimas son tan saldas como las de cualquier otro.
Coger forma por la noche.
No dormir por miedo a tener que despertar
sin querer,
una excusa para seguir bebiendo
y escuchar blues en directo por TV a las 5 de la mañana.
Dejar la mente en blanco
y solo sentir la ansiedad
de no sentir nada,
saborear tenerlo todo
y al día siguiente
no tener nada,
dejar que tu vida dependa de
si alguien contesta tus mensajes
es como no tener nada.
Alimentar tu ego
o dejar de alimentarlo
y saber que no morirá de todos modos.
Engrosar la lista de recuerdos
y de chicas en las que pensar.
No dormir por tener demasiado
de lo que arrepentirme,
no dejar de soñar
por miedo a enfrentarte a la realidad.
Dejar de ansiar como única arma contra la ansiedad.
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