La respuesta

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Hacía tiempo que ni me saludaba ni se metía conmigo. Pues una cosa traía consigo la otra. « ¿Qué? ¿Estás trabajando ya?», me preguntaba entre risas sabiendo que llevaba años en el paro, y sin importarle que hubiera gente que no nos conocía. Pero quien lo oía, como en general no era tan idiota como, con toda seguridad, era él, enseguida me decía que no lo tomase en cuenta o que aquel viejo tenía una pata aquí y la otra en vete tú a saber dónde. Y mi respuesta, lejos de enfadarme, casi siempre era un «No: si él es así» o un «Es que no sé ni lo que ha dicho» menos creíble.

Sin embargo, desde que empecé a trabajar hace unos meses ni lo veía con la misma frecuencia que antes ni tampoco me soltaba alguna de sus pullas cuando me encontraba con él. Al menos hasta ayer.

—¿Es que estás enfermo? —me preguntó cuando me dirigía a tomar el autobús.

—No. ¿Por qué? —respondí, pensando que tal vez se refería a unas pequeñas ojeras que me habían salido días atrás.

—Como no tienes pelo, por eso te he preguntado si estás enfermo.

Tal y como solía hacer en ocasiones, me sentí tentado a no contestarle. Pero lejos de fingir que no lo había oído, guardé silencio durante unos minutos hasta que pude preparar una respuesta.

—Es que cuando una persona no tiene pelo, no significa que esté enferma. Ahora bien, si no tiene dignidad ni sentido del ridículo, por mucho pelo o por muchos años que tenga, sí que puede ser que esté enferma, al menos mentalmente.


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