La amaba, la quería de verdad. Iba a casarme con ella, pero murió; la asesinaron, y yo asesiné a su asesina.
Le disparé dos veces en los pies, luego la arrastré a la mitad de la carretera, traje mi viejo rifle y disparé al cielo. Me senté sobre el techo de la caravana rodante y me quedé ahí hasta que vi llegar a los zombis.
Tuve la satisfacción de escucharla suplicarme que la salvara. La vi arrastrarse en mi dirección huyendo de los zombis y me reí absolutamente enloquecido. Fueron sonoras carcajadas y las sentía en el alma a pesar de que sabía que eso no me devolvería a mi amada. Reí hasta que vi como los zombis la devoraban, hasta que escuché sus gritos de agonía. Luego me volví para vomitar, aun así, sonreía.
Tenía que continuar mi camino, pero me quedé un poco más, el tiempo suficiente para verla volver de entre los muertos, contaminada. Algo más también volvió de entre los muertos, algo que tenía el aspecto que antes había pertenecido a mí amada, pero no lo era más. Le disparé tres veces en la frente para asegurarme que estuviera bien muerta, espero que descanse en paz; la extraño de verdad.
Volví a la caravana y, solo para asegurarme que esa zorra psicópata de Lilly sufriera de verdad, cogí mi hacha, fui hasta donde ella, y le corte ambos pies. Luego la arrastre cogiéndola por el pelo hasta un árbol fuera del camino y la encadené a él. Entonces también le corté los brazos. Y la dejé ahí esperando que su muerte fuera la más lenta posible.
Volví donde la vieja caravana y saqué la pala para enterrar el cadáver de mi difunta Carley. No sonreía.
Cuando terminé con la faena ya casi era de noche y pude ver un par de zombis acercándose. Me monté en mi caravana deseando con toda mi alma estar muerto y me derrumbé a llorar tras el volante.
En aquel momento me juré que Carley no había sufrido, pero no era cierto, ahora lo sé, un año después de todos estos sucesos.
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