Soy virgen (perdóname Dios)

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Recibí la llamada justo después de cenar. Es una urgencia de la fuga de un lavabo me dijo la señora Martha. Cuando llegué estaba ella sola como siempre: elegante y muy formal. Me pidió que me sentara y después de aclararme que no había tal emergencia dijo con voz muy grave: “Mi hija no está, fue a su clase de piano. Quiero ser directa e ir al grano. No se que pasó el día de la reunión, pero usted sabe que lo que tenía mi hija en su blusa el día que se cayó de la escalera cuando usted la estaba ayudando, ¡era semen!”. Yo tragué saliva y me puse de mil colores. Martha prosiguió: “llevé a mi hija ese mismo día con su ginecóloga. Ella me corroboró que estaba bien y lo más importante, que seguía siendo virgen. ¿Me puede dar una buena explicación antes de demandarlo por acoso sexual?”.

Comprendí que no podía mentir a una mujer tan inteligente como Martha que había enviudado apenas hacía un año y tenía una maestría en letras. Decidí decir la verdad pero con base en una mentira mayor. “Martha. Usted sabe que Mónica es casi idéntica a usted”. “¿Qué tiene que ver eso?” Preguntó impaciente. “Martha, desde el día del funeral de tu esposo –la tuteé a propósito-, cuando te vi tan triste, tan desvalida, no pude evitar ver lo hermosa que eres. Desde entonces vivo un tormento del que no tienes idea con solo mirarte”. Ella tenía la boca abierta y su tasa de té se estrelló en mil pedazos en el piso. “¿Está usted en sus cabales o ha bebido demasiado?”. Me concentré y después de un suspiro profundo continué mi farsa. “Ninguna de las dos cosas”. “Yo siempre te he admirado y siempre te he respetado pero mi cuerpo reacciona cuando estoy cerca de ti. Lo que pasó esa tarde es que las circunstancias nos orillaron a una locura. Pero yo solo pensaba en ti y por eso no pasó realmente nada grave”. “Estás completamente loco”.  Empezó a llorar. Me arrodillé y puse mis manos en los muslos que ya conocía de vista. “Te amo”, le reiteré con unas lágrimas que torneaban mis ojos. Ella se paralizó y empezó a tartamudear “Por favor no, por favor”. Hundí mi rostro en medio de sus muslos al mismo tiempo que no dejaba de acariciarlos sobre su falda. “Ho Dios, no hagas eso. No puedo, no se debe, esto es una abominación ante dios. Esto significa la condena eterna”. No hice caso y ahora mis manos viajaron debajo de su falda. La piel no era tan tersa como la de su hija. Cuando la falda estuvo arriba, empecé a lamer su entrepierna sin dejar de acariciarla. “Hoooooooooo”, exclamó. Por un segundo me tomó del cabello y alejo mi lasciva  lengua. Yo volteé y la vi a los ojos. Los tenía desorbitados y cuajados en llanto. Detuve las caricias. Ella pareció arrepentirse de haber alejado mi rostro de sus piernas y como si hubiese hecho la mayor de las groserías, me soltó de inmediato. Yo continué entonces con mi labor y ella en un mismo tiempo abrió las piernas, echó su rostro al cielo y dejando sus brazos simplemente colgando exclamó: “Hooo Dios, ¡perdóname!”.

Me incorporé un poco y la besé. Al principio solo se dejaba sin mostrar voluntad alguna. Pero de pronto empezó a corresponder y me dio un beso en el que mostraba no solo la abstinencia de un año sino la furia de no haber hecho eso antes.

Se incorporó y su falda cayó al suelo. Parecía que ella y su hija usaban la misma ropa interior pues su braga era también de encaje blanco. Me quité la camisa y ella sin poder esperar más desató mi cinturón y me bajó de golpe todo. Entonces se hincó y tomó mi hinchado pene con sus labios. Muy lentamente se lo introdujo y sin prisa lo saboreaba, lo chupaba, le hablaba: “Estás delicioso. No entiendo porqué Raúl nunca quiso que le hiciera esto”. Yo tenía los ojos en blanco y solo volteaba ocasionalmente para cerciorarme de que la que estaba hincada mamándome la verga como profesional, era la cuasi beata Martha.

Yo sentía que ya me venía y la levante del piso con firmeza. La volteé y presioné su nuca y su espalda para que se agachara apoyándose en la mesita de la sala. Entonces la penetré de un golpe y muy fácilmente. Estaba completamente lubricada y solo se escuchaba el chasquido de mi bombeo”. De nuevo escuché: “Ho Dios, Ho Dios, Ho Dios….si, si, si…no pares por favor”. Sus magníficas nalgas temblaban en cada embestida y ella parecía que quería que me metiera todo entero. Como tenía las piernas bien separadas, me percaté que el clítoris extra grande de Mónica era una herencia materna. El de Martha incluso lo podía tener entre dos dedos y le empecé a hacer una paja. Entonces ella se vino al mismo tiempo que gritaba casi ahogándose: “Haaaaaaaaaa…..¡perdóname Dios!”.

La recosté en el sofá y pude ver una cara que parecía que estaba viendo al creador en persona. Yo había aguantado concentrándome en su placer. Sin que ella tuviera tiempo de nada, hundí mi rostro en su  pubis y tomé ese mini pene y lo empecé a lamer suavemente, a chupar mientras introducía dos dedos en su preciosa vagina. Había adivinado, esa era su punto sensible al igual que el de su hija. “¿Qué haces? Nooo,  por favor….hooo…..hooo….”. Parecía que se moría pues también empezó a convulsionarse por el placer. Había momentos en que dejaba de respirar mientras arqueaba la espalda y se llevaba sus propias manos a la boca para ahogar un poco los gritos que estaba dando. Volvió a correrse y con la mano tomé bastante de su propio jugo y lo embadurné en sus bellas tetas. La penetré y chupaba alternadamente sus dos pezones. De pronto antes de tener su tercer orgasmo, me tomó de la nuca y me besó con desesperación. Nuestras lenguas se cruzaban, nos lamíamos mutuamente. Ya no pude más e inundé su vagina con ese semen que ella ya había probado. Se salió de mi y con prisa empezó a lamer “Qué rico, qué rico”, decía sin parar.

Nos quedamos callados. Ella estaba inerme. Me vestí y ella permaneció completamente desnuda. Echada sobre el sofá mostraba indiferencia con todo el cuerpo. Alcancé a ver como escurría mi semen por su entrepierna. Muy lentamente empezó a recoger su ropa y le pregunté: “¿Estás bien?”. Ella volteó a verme con un odio infinito: “¿Qué si estoy bien? ¿Qué si estoy bien?” gritaba sin parar al mismo tiempo que me aventaba su ropa a la cara. Parecía que volvió a la realidad de golpe y empezó a llorar muy amargamente. Parada, desnuda, solo se cubría el rostro para cubrir su llanto. Yo me acerqué un poco con la intención de abrazarla pero entonces me gritó: “Nooooo, no me toques, vete, vete. Por tu culpa me voy a ir al infierno. No te quiero volver a ver”….Subió corriendo completamente desnuda por las escaleras al mismo tiempo que lloraba y gritaba “Perdóname Dios…perdóname Dios mío”.


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