Latidos intranasales

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Me volví hacia ella con el corazón palpitando a toda velocidad, preguntándome si acaso sería por el simple hecho de tenerla cerca o por el efecto que la cocaína ejercía en mí, y extendí mi mano hacia su rostro para limpiarle de la nariz pequeñas volutas blancas que la cocaína había dejado como rastro. Me sonreía mientras lo hacía, y, sin darme cuenta, yo también le sonreía. Contemplé, sin retirar mi mano de la prontitud de su rostro, sus bellas facciones y las extremamente geométricas líneas que circundaban su rostro, contemplé su lacio cabello caído sobre la esmerilada hierba y, sin apenas darme cuenta, ?no era yo en ese momento?, arrastré mis manos sobre el contorno de las delicadamente trazadas líneas de su rostro, me arrimé a ella arrastrando mi cuerpo recostado sobre los verdes pastos hasta que estuve lo suficientemente cerca, y la besé. La besé, y la besé como si fuera la primera y la última vez, y la besé como si en aquella labor se fuera mi vida, y la bese como si desease que día fuese noche y como si desase que noche fuese día…, y la besé como en un beso de despedida.

    Mi corazón latía descontroladamente y de nuevo me pregunté, aunque no por última vez aquella noche, si aquel latir se debería a tener cerca a aquella mujer o se debería al efecto producto del consumo del polvo de ángel.

    Fue entonces, cuando levanté la vista de sus empequeñecidos labios, y fui a posarla sobre el miel oro líquido de sus ojos, que noté que ella estaba llorando.

    ?Por favor?me rogó susurrando en la nocturna oscuridad?por favor, no te vayas nunca de mi lado.

    Ah, cuan maldito, cuan desgraciado fui yo entonces mientras escuchaba aquel ruego pues sabía, que tenía que marcharse, que ella debía irse, separarse de mi lado ¿No era, en todo caso, yo quien tendría que hacer aquella petición por más injusta que fuera? ¿Debía, acaso, recordarle que era ella quien me estaba abandonando?

    ?No nos torturemos más, cariño?respondí en cambio?ambos sabemos que esta situación es injusta para los dos. No te engañes, pues yo no lo haré, pensando que podemos mantener esta relación. Tú debes partir, te llevarás, en esta empresa, una gran parte de mi corazón y yo me quedaré con algo del tuyo, pero, ¡qué dios me perdone!, esta relación a distancia resultaría fútil pues ninguno de los dos sabemos ser fieles. Heriría aún más mis sentimientos el saber que soy un lastre de tu pasado, una piedra que te impidiera avanzar y seguir adelante.

    Ella escondió, entonces, el rostro entre las manos para ocultar el llanto y se quebró en sollozos. No agregué nada y esperé, sintiéndome profundamente miserable mientras contemplaba el moteado cielo.

    ?El tiempo que compartimos?dijo ella cuando se recompuso unos minutos después?será eternamente inolvidable para mí. Te lo prometo.

    Se acercó entonces y yo volví a interrogarme respecto a los latidos de mi corazón cuando pude oler la bella fragancia que emanaba su cuerpo y me cuestioné mientras sentía el tacto, suave, límpido pero firme de sus labios sobre los míos, si podría en algún momento librarme de esta apasionante sensación de profunda desgracia, y si podría volver a sentir de nuevo.

    ?Ahora voy a pedirte algo muy egoísta?dije sin pensar, cosa sumamente extraña en mí. No era yo quien hablaba en aquel momento sino mi corazón destrozado. Ella escuchaba con tristeza, pero con la expresión de alguien que está dispuesto a asumir una carga importante, esta, tal vez, para toda la vida. ?Deseo, cariño, miel, luz en mi oscuridad, ángel entre mis demonios, que me prometas pensar en mí cada vez que beses por primera vez a otra persona. Que me dediques, por lo menos, aquel pensamiento antes de amar a alguien más que a mí, y que aquel beso no le pertenezca solamente a aquel dichoso hombre que llegué a poseer tu amor.

    ?Te lo juro, por nuestro amor que nació para morir. ?Cogió mi mano y se inclinó para besarla.

    ?Yo te prometo por mi lado, amor temprano, hacer lo mismo por mi parte. ?Esta vez fui yo quien se inclinó para recogerle la mano y besar justo sobre la delicada piel pálida del dorso de su mano. Cuando levanté la vista ella lloraba nuevamente, pero esta vez no lo ocultaba, porque sonreía, y aquella sonrisa lo arreglaba todo, aquella sonrisa era como los infravalorados rayos de sol matutinos sobre campos de trigo, como el reflejo de este mismo sobre el agua estática y cristalina, aquella sonrisa era capaz de hacerme sentirme muerto y vivo al mismo tiempo, aquella sonrisa poseía alguna especie de magia sobre mí que me hacía querer seguir viviendo eternamente con el único objetivo de poder recordar milenios más tarde aquella bella sonrisa.

    Entonces nos besamos con locura y esta sí que fue la última vez. El beso pareció prolongarse eternamente mientras el mundo se derrumbaba a nuestro alrededor y mientras no era importante si era día o noche, y, en algún punto de está eternidad, desnudos tanto nuestros cuerpos como nuestras almas, hicimos el amor.

    Hoy, cerca de veinte años después de esto, aún creo que aquel beso duró eternamente y aún, a pesar de todo el tiempo que ha habido entre aquel momento y el presente, puedo decir que he mantenido mi promesa. No creo ?aunque lo espero con toda mi alma? que ella haya mantenido su promesa pues fue en el momento justo antes de despedirme de ella, cuando me susurró pausadamente al oído

    «Estoy embarazada»

    que la amé de verdad.


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