Soy virgen (el pecado más grande)
Por Prometea
Enviado el 22/01/2016, clasificado en Adultos / eróticos
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Me tomó por sorpresa la visita de Mónica, la hija de Martha. Estaba muy descompuesta. Casi de inmediato me puso al tanto. Me dijo que su mamá estaba muy deprimida y que llevaba varios días sin querer salir de la cama. Le conté a mi esposa y dedujimos que su situación emocional se debía al encuentro sexual que Martha y yo tuvimos hacía una semana.
Nos pusimos de acuerdo y decidimos ir a visitarla esa misma noche. Cuando entramos a la recamara, Martha pensando que era su hija le dijo, “ya sabes que no quiero nada, por favor vete”. Cuando mi esposa la saludó, Martha se incorporó y restregando sus ojos balbuceó al mismo tiempo “¿qué hacen aquí ustedes? Por favor, por favor, yo no tuve la culpa. Perdóname Alicia, perdóname”. Ella me hizo una seña para que saliera, me quedé afuera con la puerta entre abierta para escuchar y ver lo que pasaba.
“Por favor”, dijo mi esposa, “ya no te atormentes más. No tiene caso”.
“Pero es que tú no sabes lo que pasó. Yo no quería, lo juro por Dios. Y ahora tú tienes el derecho de matarme. Anda, mátame, tienes todo el derecho”. Replicó Martha.
“Se todo lo que pasó. No quiero matarte y solo me alegra que hayas tenido un momento agradable. Tú eres muy bella y tienes mucha vida para disfrutar”.
Abriendo sus ojos tan grandes como pudo, Martha cuestionó a mi esposa. “¿Cómo es posible? ¿Sabes todo y estás de acuerdo? ¿No te parece un pecado abominable? ¿Qué pensaría tu esposo si tu te acostaras con otra persona?”.
“De hecho él y yo tenemos un acuerdo para tener sexo con quien elijamos. Incluso si es hombre o mujer”. Contestó Alicia.
“Pero, pero,,,,, ¡no lo puedo creer, son unos monstruos”. Martha jadeaba por reprochar las ideas que estaba expresando Alicia.
Alicia fue contundente: “Mira, no creemos para nada en que cualquier cosa que tenga que ver con el sexo sea pecado. Creemos en la fidelidad pero no en la exclusividad y finalmente en que Dios nos dio el regalo del placer para vivir más felices”. Aprovechando la pausa que Martha hacía, mi esposa continuó: “Ya te lo dije, me parece que mi esposo se quedó corto cuando me dijo lo hermosa que eres”….”Pero, ¿de verdad él te contó todo y tú no estás molesta’”…. “no, no estoy molesta, más bien estoy que muero de curiosidad”…. “¿curiosidad de qué?”… mi esposa que estaba a unos cuantos centímetros de su rostro le contestó al mismo tiempo que le daba un tiernísimo beso en los labios, “Por saber si tus labios son tan suaves como se ven”.
Martha quedó como electrificada. Apenas alcanzó a decir “¿Qué haces?”. Mi esposa ya había metido su brazo derecho debajo de la sábana y se fue directo al pubis de ella y la volvió a besar con mayor intensidad. “Hooo….noooo….por fav…..”. No alcanzó a terminar la frase y cerró los ojos y se entregó al beso de mi esposa con mucha concentración. “Esto es el mayor pecado…esto es…esto es….hoooo”, ya mi esposa tenía el clítoris de Martha entre sus dedos y de un golpe aventó todas las sabanas, desgarró el camisón y después las braguitas de encaje. Se fue directo con su lengua a ese mini pene que yo le había contado. “Es hermoso… y empezó a lamer y chupar”. Con la mano izquierda masajeaba las tetas de Martha que ya estaban libres por ella misma que se quitó el sostén. Martha seguía tratando de terminar su frase: “Esto es…hoo, esto es, “ , Alicia paró un poco y la vio a los ojos que estaban parcialmente en blanco y le dijo: “¿pecado?”… “¡noooo!”, gritó Martha, “Esto es el cielo….haaaa y se vino por primera vez”. Mi esposa sin dejar su labor, logró desnudarse por completo. Ahora logró que Martha se montara en ella y abriendo tanto como pudo las piernas, hizo que la penetrara con su pequeño pene. Martha jadeba, gritaba, lloraba de placer. Ya no dudaba ni un milímetro en seguir gozando todo lo que pudiera.
Me uní a la fiesta y Alicia guió a Martha para que entre las dos me dieran una super mamada doble. Ya no pude más y derramé mi leche caliente. Quedé fuera de combate por unos minutos, pero ellas siguieron y parecía que sus cuerpos se fundían en uno solo. Ahora hicieron un 69 y volví a ver a Martha diciendo “Hooo Dios….hooo Dios….”, se arqueaba y vi como mi esposa tenía ese gran clítoris en medio de sus labios y lo masajeaba hábilmente con la punta de la lengua. Martha ya no pudo más y terminó.
Martha dijo “¿Qué voy a hacer? Esto ya no tiene marcha atrás”. Alicia le dijo, “¿De verdad te arrepentirías de gozar tanto?”. “No, pero tengo tanto miedo”… “¿De qué o quién?”, preguntó impaciente mi esposa. “Comprende, que cuando has sido educada en la religión y tuviste una vida sexual de tres encuentros entre los cuales quedé embarazada de Mónica, se tiene miedo de lo desconocido”… Martha continuó: “Yo he tenido siempre muchas fantasías sexuales. Pero solo loca hubiera hablado de esto con Raúl, que en paz descanse. Sin embargo siempre pude reprimir todo y me refugié en Dios para que me diera fuerza. Por otro lado, pues ustedes ya saben de mi defecto…” “¿Te refieres a tu clítoris?”, preguntó Alicia, “Pues si” contestó Martha con auténtica pena. “¡Estás loca, yo te envidio. Tienes al monstruo del placer en medio de tus piernas!”.
“Pues si pero con mis ideas ese monstruo solo me daba problemas. Con el solo roce de mis bragas muchas veces tuve que ir al baño en medio de diferentes situaciones”… Martha tuvo un recuerdo que le iluminó el rostro. “¿Quieren que les cuente el mayor pecado que he cometido antes de este trío?”. Alicia y yo nos vimos con incredulidad y dijimos al unísono: “Claro”.
“Fue hace ya algunos años. Yo me había comprado unas bragas de seda que me causaban un placer muy íntimo. El roce de esa tela con mi pequeño monstruo, como tú ya la bautizaste, me provocaban erecciones continuas. Llegamos a la misa y distinguí a un chico muy apuesto en una banca de al lado. El volteó y me sonrió. Yo me ruboricé y traté de concentrarme pero el pequeño monstruo y mi pantaleta de seda se obstinaron en que yo tuviera una fantasía: ahí sentada en la banca de la iglesia y en medio de la misa soñé un encuentro furtivo en el baño de la iglesia. Me imaginé que ese joven tan apuesto me poseía ahí mismo. cuando el sacerdote dijo, “Este es el cuerpo … Yo tuve un orgasmo en ese preciso momento. Solo alcancé a emitir un gemidito cuando me venía y mi esposo pensó que me iba a desmayar”…”Cuando llegamos a casa le dije a Raúl que insistía en traer a un médico, solo me sofoqué. Solo necesito un baño. aproveché para deshacerme de mi pantaletas que estaban completamente humedas”.
“Ese ha sido mi mayor pecado, tener un orgasmo real, con un chico que acababa de ver en una aventura imaginaria en el baño de la iglesia”.
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