LOS ANALES DE MULEY(3ª PARTE)(1)
Por YUSUF AL-AZIZ
Enviado el 07/01/2016, clasificado en Varios / otros
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LVll
Vivimos para vivir
y vivimos muriendo,
nos morimos sufriendo,
pues es un soplo esta vida
que nos va corrompiendo
según nuestra medida.
He vivido en dos Españas:
una callada, quieta,
de charanga y pandereta,
de hombres sumisos, fornidos,
una España de carreta
llena de objetos perdidos.
La otra España bosteza
reclamando libertad,
emergiendo lealtad
allende de su corazón,
mostrando fidelidad
a su pasado blasón.
He visto su amanecer
radiante, con mucho brío,
como corriente de río
de caudal inagotable
que da algo de escalofrío
pero que es insaciable,
Porque se abre a la vida,
a un mañana sin temor,
a un olvido del terror
de un pasado arcano,
está abierta al clamor
o al llanto de su hermano.
He visto ojos ojerosos,
ojos tétricos de llanto,
corazones con quebranto,
más convulsivos de alegría
envueltos en sutil manto
henchidos de pedrería.
Pero he visto la luz
en la encerrada noche,
donde el tiempo de reproche
hace ennoblecer el alma,
y aunque te de soroche,
te tranquiliza, te calma.
Tengo muchas primaveras.
La vida no es lo vivido
y menos aún lo sufrido,
sino aquello que evocamos
con nuestro buen sentido
y con orgullo guardamos.
Son, pues, nuestros recuerdos
quienes la vida agita,
llorando fuerte se grita
y nos hace servidor
de algo que se marchita
si no le damos candor.
La vida son los recuerdos,
pero de ellos no se vive,
es la vida nuestro declive;
contra más se recuerde
y más señal se archive,
menos vivir se pierde.
Muchos caminos he andado
surcando muchos senderos,
he conocido arrieros
y guardo mil recuerdos
de aquellos compañeros
que atrás quedaron lerdos.
Mi vida es muy larga
y de recuerdos va llena
henchida se negra pena,
al tiempo va quebrando
y ungido a su cadena
me estoy marchitando.
Y paseando espero
ese ansiado viaje,
me lleve, sin equipaje,
allende la eternidad,
más llevo embutido un traje
ungido de dignidad.
LVlll
Mis recuerdos son de un pueblo
con una vieja corona
que al viento su voz trona
silbando enloquecido;
era como una persona
triste por su alarido.
En sus polvorientas calles
se hacían juegos de salón,
éramos un mogollón
de innata inocencia;
se emulaba al patrón
sin ninguna conciencia.
Era la biblia en verso,
la universidad, la escuela,
una criba que cuela
hasta nuestro entendimiento,
como sábana que riela
al sol en cada momento.
Fueron nuestras fuentes,
pues de ellas bebíamos,
confundidos no estaríamos
puesto que las abrazamos,
de saber no sufríamos
porque listeza encubríamos.
Son las fuentes del saber
un gordo libro abierto
con un sutil concierto
que aviva cualquier mente,
que pasea por su huerto
con una buena cimiente.
Pues es cátedra de vida,
es cauce de aprendizaje
que borda nuestro traje
y nos forja como hombre,
no miramos al paisaje
aunque a veces nos asombre.
La calle es el tutor
de cualquier introvertido
que se encuentre perdido
en el negro lodazal
en que se halla sumido
mirando a lo infernal.
Así se forja el hombre
con miserias y vanidades,
se forman, pues, sus edades
pétreas y bien marcadas,
se esconden las bondades
para no ser olvidadas.
LlX
Yo también fui niño,
por esas calles corrí,
su lenguaje aprendí
con buena devoción,
pero nunca comprendí
mi alta disposición.
Recorrí estrechas calles
con suelo polvoriento
que se alzaba al viento
en mi raudo caminar,
todo era desaliento
cuando iba a respirar.
Me encontraba en mi feudo,
en mi sólido fortín,
me sentía un paladín
con mi blasón y mi espada
luchando hasta el fin
como en singular mesnada.
Recorrí todas las calles
de este mi pueblo sureño,
lo tengo como un sueño
que me cercena el alma,
pero aprieto el ceño
buscando un sentí, una calma.
Aquellas moriscas calles
eran red de sabiduría
y botón de filosofía
para los correcaminos
que iban buscando día a día
sus anhelados destinos.
Yo fui uno de aquellos
ociosos infantiles
con alma de juveniles
buscando su pubertad;
se nos rompían los perniles
pensando en otra edad.
En poco tiempo aprendí
ciencia callejera,
y siempre iba a la carrera
para no perder puntal,
para no tener ceguera
al mirar al personal.
En poco me licencié
en sutil asignatura
que me brindaba ventura
para hablarle a los cipreses
en mi correría futura
ofreciéndoles mieses.
Pero ahora comprendo
que estaba equivocado,
pienso en lo engañado
e inculto que he vivido
hasta que he despertado
de un sueño introvertido.
Ellas fueron mis maestras
en clase de convivencia,
esa fue la herencia
en mi familiar reseña
y tener recta conciencia
que la vida nos enseña.
Al doctorado de calle
faltaba lo primordial:
formación intelectual
para formar la figura
o ilustración cultural
con un poco de mesura.
Eso lo pienso yo ahora
mirando hacia el pasado,
sintiéndome moderado
y algo más reflexivo,
pues fue camino andado
con tesón y pensativo.
Pero en cuestión de cifras
bien defenderme sabía,
lo medular aprendía
y nadie me engañó,
fui objeto de ironía
que el tiempo diluyo.
Es muy bueno el saber:
con intelecto despierto,
con ser sutil, liberto,
y con su alma sosegada,
pero no es menos cierto
que la calle fue mi espada.
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