Siempre estamos observando nuestro entorno, por si acaso algún atacante nos acecha o por simple curiosidad. No podemos negar que somos así, frecuentemente miramos a los ojos a otras tantas personas desconocidas, preguntándonos qué será de ellos. En una mirada podemos captar deseo, traición, bondad y tantas otras cosas que quizás no podríamos develar de alguna otra forma.
A veces nos despertamos cansados bajo una triste nube gris y no queremos levantarnos de la cama, pero mirar la naturaleza puede darnos la fuerza para hacerlo. La nube entonces se va disipando para dar lugar a la luz, al brillo, al calor. Y es entonces cuando podemos decir que estamos felices.
Cuando encontramos una manera de hacer las cosas bien lo sabemos, no hace falta que nadie nos diga, en lo profundo de nuestra escencia se puede percibir la virtud. Por el contrario, si sabemos que hacemos algo ocioso o vicioso, podremos percibir ese mal gusto de espiritu que nos lleva a arrepentirnos de lo hecho.
Pero no somos ni santos ni diablos. Simplemente somos mortales, que siempre tienen presente su muerte pero nunca quieren morir. A pesar de todo la muerte llega para acabar con todo. El inexorable paso del tiempo no debería ser una agonía, pero tampoco estoy diciendo que la parca tiene que llegar con prontitud, solo digo que debemos practicar la virtud si queremos estar en paz.
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