EL MILAGRO DE SAN AMBROSIO

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Noche de difuntos. Comenta la tradición que en esa fecha del calendario, desde la medianoche hasta el amanecer, los espíritus de los muertos regresan a la vida. No quiero entrar a discutir la verdad de aquella leyenda. Pero sí puedo decirles que el aparato genital del párroco de San Ambrosio llevaba muerto por el celibato desde la adolescencia y aquella noche regresó a la vida. Dos vigorosas alas, tejidas de semen almacenado durante años de abstinencia, le brotaron del borde de los ganglios inguinales, seccionando la blanca piel con habilidad quirúrgica. La verga , emitiendo un grito de triunfo, despertó de su letargo, se alzó erguida y orgullosa de su encierro y de un solo empellón salió volando por la ventana como una cigüeña mientras el cura soñaba con los blancos querubines de todas las noches.

 

 Doña Palmira fue la primera persona en divisar a tan extraño ser, santiguándose al pensar que se trataba del espíritu santo: la blanca paloma inseminadora de vida. Don Santiago pensó, con razón, que se trataba de un pájaro de mal agüero y llevándose la carabina al hombro disparó varias veces sin conseguir acertarlo. El ave de cuerpo pálido cubierto con una mezcla de pelo rizado y telúricas alas viscosas , cruzó en vuelo rasante sobre el atónito rostro del cazador, derramando sobre su curtida piel un líquido untuoso y blanquecino. Luego se introdujo en la casa del cazador, en la Jacinta, en la Matilde, en la Mariana, en la Antonia, en la Manuela y en un largo etcétera, mientras el párroco se debatía en un sueño en el cual sus querubines adquirían formas redondas y voluptuosas, envolviéndolo y abrazándolo en un apretado vals primero y después en sinuosa lambada entre el esponjoso edredón de las blancas nubes celestiales.

 

Tras una noche de placentarias humedades en la que el sueño del párroco alcanzó el clímax de sus veinte años de abstinencia a los pecados de la carne, el gallo cantó anunciando el amanecer. Merced al desgaste y pérdida de fluidos acaecido durante la noche, el ave fálica había visto mermadas sus alas las cuales, al contacto con los primeros rayos de sol, se convirtieron en ceniza como si de una película de vampiros se tratara, por lo que cayó en mitad del gallinero, lugar en el que sus torpes movimientos reptativos no le sirvieron para liberarse del voraz apetito de las gallinas, las cuales lo tomaron por un gusano y no dudaron en desayunárselo en apenas unos minutos.

 

Cuando el párroco despertó de su sueño, se encontró con que el instrumento de sus tentaciones lo había abandonado para siempre y dio gracias al cielo por permitirle vencer al pecado y  entrar en el reino de los cielos como un ángel sin sexo. La voz del párroco se aclaró tornándose más aguda y para celebrar tan benigno suceso, nuestro cura entonó armoniosamente Adeste Fideles como si del mismísimo Farinelli se tratase.

 

A los nueve meses del extraño acontecimiento en el que la mitad de las mozas del pueblo quedaron preñadas al unísono, un gran número de mujeres daban a luz. Ante el revuelo general y las acusaciones de infidelidad, hubo de mediar aquel santo hombre, pastor de feligreses en el nuevo belén, explicando a padres, maridos y amantes que ello ocurría por la voluntad del Señor.

 

El Señor ese fue buscado con antorchas, perros y palos por todos los rincones de la comarca, pero nunca consiguieron encontrarlo.


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