Siempre me decía lo guapa que era y lo muy enamorado que estaba de mí. Decía que jamás había conocido a una chica como yo, y que siempre estaríamos juntos. Le encantaba pasear cogido de mi mano para ver el atardecer. Juntos lo veíamos reflejado en los ojos del otro y nos besábamos hasta que era completamente de noche. Hacíamos planes de cómo sería nuestra futura casa, y de cómo llamaríamos a nuestros futuros hijos. Yo le quería, y disfrutaba de lo perfecta que era nuestra relación. Me gustaba todo de él excepto esa música diabólica que escuchaba. Mi novio era heavy. Un día, cansada de oir Motörhead mientras fregaba los platos, le dije, firmemente: “Jose Juan, no puedo más con el heavy. Esto se tiene que acabar. O el heavy o yo”. Él me miró, me enseñó los dedos índice y meñique de su mano derecha, y contestó sin pestañear, pero moviendo su ya no tan poblada melena: “Pues el heavy”. Y se marchó para siempre … el hijoputa.
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