UN DOLOR EMOCIONAL LLAMADO SOLEDAD

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Tropezarte y caerte suele resultar patético y cómico a la vez. Ayer me pasó. Me caí de bruces sobre la acera, con los manos por delante apoyándome en el áspero cemento y con las rodillas chocando sobre el duro suelo. Me dolió, pero la sensación que tuve fue más allá del dolor físico para ir a parar a un dolor emocional llamado soledad. Me quedé desolado mirando el gris inerte en tanto oscuras figuras humanas pasaban cerca de mí ignorándome a pesar de lanzar sus opacas y muertas miradas sobre mi ser. Hubiera querido hundir las manos en el cemento y arrancar las entrañas de aquella soledad y comérmela cual corazón palpitante del más odiado enemigo. Entonces el frío recorrió mi espalda y el calor mi frente; había sido derribado como aquel árbol golpeado por el duro vendaval de un mes de diciembre. Y las oscuras figuras siguieron pasando cerca de mí ignorándome en tanto me levantaba de nuevo; yo era para aquéllas una ilusión intangible y borrosa, como un ser que no participara de ninguna realidad o como un ser real de segundo grado que no mereciera ninguna atención. Tomé aire y, una vez erguido, seguí mi camino con las rodillas doloridas y la soledad instalada en mi alma, consciente de ser una especie un no-ser con pretensiones vanas de ser.


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