ALIMENTANDO AL LEVIATÁN (6)

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La cola avanza unos metros. Y al fin vislumbro la boca del Leviatán. Esa boca es la de un monstruo que engulle insaciable seres humanos que se auto-sacrifican voluntariamente por una suerte de causa elevada o, por que no, ruin. Al fin oscurece y las farolas se encienden impregnando la cola con su luz viscosa y mortecina. En ese instante pasa un vendedor ambulante de comidas, un hombre de mediana edad con el mostacho excesivo y cejas que son cascadas de pelo. Le compro un sándwich y lo devoro en un instante. El vendedor ambulante no se ha ido, permanece ahí, frente a mí, observándome. Se toca el mostacho lentamente, sin prisa pero sin pausa. Al cabo encoge los hombros y me dice: Nos influye no solo lo que comemos, sino tal vez más lo que no comemos. No sé qué quiere decir con eso y a dónde quiere ir a parar, pero no me importa. Le compro otro sándwich y lo devoro como el anterior.


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