Solo un beso Parte IV

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Un paso más allá del bien y el mal

Empezaron otro encuentro en donde él en lugar de abrazarla, sabiendo que ella correspondía a la caricia con voluntad propia, había puesto sus dos manos alrededor de su cintura y a veces de manera casual, bajaba las manos a sus caderas. Ella lo dejó hacer y su respiración se volvió entrecortada.

Como si se le escapara contra su voluntad,  él empezó a repetir cada tanto tiempo sin dejar de besarla: “Te quiero hacer el amor”. Cuando ella escuchó esto, se detuvo un poco y solo decía “No por favor, eso no, con esto es suficiente por ahora…no insistas”. No solo no obedeció sino que en cada receso, él repetía lo hermosa que era, le hacía ver su magnificencia y le contó poco a poco como sufrió mientras ese momento que estaban viviendo no había llegado, insistió, volvió a insistir y cuando la segunda botella estaba a la mitad, en un “te quiero hacer el amor”, a ella se le escapó un “Siiii”.

Otra señal al capitán. En un santiamén todo estaba pagado y un taxi en la puerta. Cuando se levantaron, ella trastabilló un poco y él la sostuvo por la cintura. Aprovechó para darle el primer beso al mismo tiempo que sus cuerpos se encontraron de frente en contacto franco. Empezó a bajar las manos por las caderas de ella y cuando estaban llegando al final de su viaje ella lo detuvo en seco “No, por favor, aquí no”.

El viento potenció los efectos del champaña ingerido y ella empezó a dormitar dentro del taxi. Solo se fue recargada en su hombro y ya no quiso escuchar las instrucciones que dio al conductor. Cuando llegaron a su destino sin embargo, reaccionó casi de inmediato: “¿En dónde estamos?”  “Es un hotel muy bonito con tradición histórica. Aquí se hospedó el autor de “Bajo el Volcán”,  “mmmhhh, ¿cómo se llama? Haa, ya recuerdo: Malcolm Lowry”.

Llegaron a la recepción y de la manera más natural afirmó “tenemos una reservación, quizá nuestro equipaje llegue después”. “Por supuesto” contestó diligentemente la recepcionista y entregó la llave. Ariana necesitaba un baño más que urgentemente y esto ayudó a que no hiciera ningún cuestionamiento sobre por qué o para qué estaban ahí. Cuando entraron, ella se abalanzó a la puerta que daba a donde necesitaba. Eric aprovechó para poner un poco de música.

Después de casi 10 minutos ella salió. Estaba fresca pues se había mojado la cara. Lo primero que hizo fue decirle “Eric, todo ha estado muy bien, pero definitivamente esto no puede suceder. Déjame ir, no quiero hacer algo de lo que después me arrepienta toda la vida”.

Él la miró fijamente. Se acercó sin decir nada, le tomó una mano y depositó un beso muy suave y casto. “Ariana, por favor, no tengas miedo de nada. Tú sabes que yo te protegeré y no sucederá nada que no decidamos los dos”… “¿De verdad?” preguntó como una niña pregunta a su papá que le acaba de prometer algo.

Como  única respuesta la jaló hacia él y la besó estrechando su cuerpo dejando sentir con ello toda su pasión. Le acariciaba la espalda y la besaba en el cuello. Le tomaba la cara. Poco a poco se fueron sentando en la cama y ella abandonó el último residuo de voluntad que le quedaba. Se recostó y él continuó besándola. Ella cerró los ojos cuando sintió la mano debajo de su falda. Lo dejó de abrazar y se abandonó a su suerte que ya estaba echada.

Fue muy sutil pero directo. La desvistió muy lentamente. Antes de cada botón le repitió mil veces que la amaba. Cuando apagó la luz, quedó la iluminación suficiente que le dio un toque más que romántico a la habitación. Le recorrió todo el cuerpo con besos tiernos pero al mismo tiempo con una lasciva lengua. Él habría dado su vida por ese momento y ahora lo estaba viviendo y no lo podía creer. Por fin, ella reaccionó y empezó a corresponder a su boca que la buscaba ansiosa y anhelante.

Todo fue sin prisas. Parecía el acto de amor ideal y perfecto. Él nunca se cansó de decirle al oído: “Te amo. Eternamente te amo”.

Cuando estaban abrazados reposando el amor, ella recargó su cabeza en el pecho de él que empezó la última parte de su monologo: “Éste, es nuestro mundo. Un mundo de dos en donde está prohibida la entrada a nadie más. Un mundo  que nacerá y terminará solo cuando nosotros queramos. No interferirá con las obligaciones ni de ti para con tu esposo ni de mí para con mi esposa. Seguiremos siendo felices con nuestras familias, pero éste, será nuestro mundo”.

La besó y ella dijo “¿Cómo pude hacerle esto a mi hermana? Me muero si se llega a enterar ¿Oíste bien? Me muero”.

Él le dijo: “Oí bien, pero eso no va a pasar”. Aunque en el fondo pensó: “No te preocupes, si se entera, no solo te mata a ti sino a mi también y me corta en pedazo que daría de comer a los cerdos”.

Ella se arrepintió y lloró otras tres veces y otras tantas volvieron a hacer el amor; vivió cosas que no podía haberse imaginado nunca; vivió el placer sexual más intenso que hasta ese momento de su vida había tenido; pasó del infierno del miedo a un grito orgásmicamente desesperado; su pensamiento giró 180 grado del no se puede al,,,¡hoo cómo es posible!

Se sintió la más pecadora del mundo pero al mismo tiempo la lujuria afloró en su corazón y parte del placer se debía a que estaba consciente la falta de moral y ética de lo que estaba en ese mismo instante cometiendo pero lo disfrutaba a propósito. A su mente vinieron todas esas películas de amantes y ella pensaba “lo estoy haciendo yo ¡y con mi cuñado! Con el mismísimo esposo de mi hermana a la que más quiero”. Se volvió a abandonar a la lujuria desatada. Decidió vivir y disfrutar su pecado a fondo.

Se quedaron callados y muy quietos, exhaustos. Con calma ella se empezó a vestir cuando vio que él estaba haciendo lo propio. Muy rápido le explicó el plan que ya tenía trazado.

El primer taxi que llegó solo fue abordado por ella. Él llegaría después en otro auto y a otra hora. Eran vecinos.

Cuando ella llegó y entró a su casa, escuchó que sus dos hijos estaban peleando por cualquier cosa como eternamente lo hacían. Su esposo la recibió viendo la televisión. “¿Cómo estuvo tu comida?”, “Muy bien, pero no fueron la mayoría de mis amigas. La verdad me hicieron tomar mucho y me siento cansada. Tomaré un baño y después me voy a acostar”. Ella subió sorprendida de si misma, de la frialdad con que afrontó algo que momentos antes pensaba que la iba a matar de nervios porque se podía delatar con cualquier detalle que se le hubiese pasado. Pensaba que le iban a pedir un historial detallado de sus actividades de esa tarde.


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