El tarro de salsa de tomate
Por My_Inmortal
Enviado el 17/01/2016, clasificado en Reflexiones
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Pasa que cuando uno crece, cada cierto tiempo, su mente gusta de hacer un pequeño viaje al pasado, a una infancia lejana que permanece congelada e inalterada siempre dispuesta a recibirnos. Cada vez que volvemos allí, nos recibe con felicidad, con pequeñas alegrías, con canicas por el suelo, con las manos sucias de barro, con inocencia y con ese sentimiento tan propio de la niñez que es la sensación de invulnerabilidad. En uno de mis frecuentes paseos por los recuerdos, en un día en el que mi espalda soportaba especialmente el peso de la melancolía, me encontré con él. Estaba encima de una mesa de madera que necesitaba algunos arreglos. No estaba rodeado de cosas buenas, ni de riquezas. Nada en toda la estancia parecía el lugar idóneo para que mereciese ser recordado tantos años después. Pero si, mi cerebro había guardado aquel momento, casi como una fotografía en un cajón oscuro. Y ahora me la mostraba. El tarro de cristal con la típica tapa roja y unas grandes letras amarillas de una conocida marca de tomate frito presidía la mesa. A su lado, un niño comía la merienda con cierta premura. Al terminar, con el pan sobrante de su bocadillo y un tenedor, limpiaba cualquier manchita roja que pudiera quedar en el interior del frasco de salsa. Que brillo desprendían sus ojos.
De regreso de este último viaje a mis treinta y tantos me he traído algunos souvenirs con los que intentaré cambiarme... cambiarme no es la palabra correcta. Con los que intentaré volver a recuperar la alegría de aquel niño que disfrutaba cada día con las pequeñas cosas que lo rodeaban. Y para ser feliz la gratitud debe ser una bandera que se luzca orgullosa en la cara, aunque las lágrimas la mojen y la estropeen, con su sóla presencia bastará para seguir adelante.
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