Era la noche del día martes 14 de diciembre, una noche muy aterradora porque una bruma húmeda encarcelaba todas las estrellas, y valga la redundancia pero insisto, era tenebrosa. Parecía un pueblo fantasma, los árboles ubicados sobre las aceras, estaban totalmente deshojados, secos y arruinados.
Rumbo a mi casa marchaba, totalmente exhausto y con los pies arrastrando en el suelo. Crujían en la callada oscuridad. Recién salía de mi trabajo en la oficina de policía. Pero no solo arrastraba mis pies, sino también la noticia de que once niños en la ciudad de Washington habían desaparecido en dos días. Sí, en dos días, algo fuera de lo común por no decir sobrenatural.
Luego de atravesar ese trecho de terror, llegué a casa. Con mi esposa nos habíamos mudado hace dos semanas, a posterior de efectuar la compra del hogar en 250.000 dólares. Un precio módico para lo que simboliza tener una casa en George Town.
La cosa es que desde que llegamos las desgracias no cesaron.Muchas familias de la calle Upton, nuestra calle, sufrieron la pérdida de sus seres queridos. Y algo extraño había en esto, puesto a que solo los infantiles eran las victimas. Primero, una niña de doce años de edad había sido encontrada en la esquina totalmente mutilada y por ende sin vida; sus órganos desparramados sobre el pavimento, y su cabeza separada del cuerpo. Muchos pensaron en la hipótesis de que un camión o auto realizó una marcha atrás y la aplastó, y que con cobardía, el autor se esfumó como cobarde del país, porque su cuerpo se encontraba plano como una hoja. Sin embargo, ¿cómo explicar lo de la cabeza? Su cuello había sido rebanado como una rodaja de pan con un cuchillo u otra arma filosa.
Al día siguiente, 11 de diciembre para ser más exacto, otro cuerpo fue encontrado. Sobre la acera de la calle Scott,Martin Krabel, compañero de mi hijo en el jardín, fue hallado por una vecina a altas horas de la noche, despanzurrado, desde el cuello hasta el vientre, y sin los ojos. Aterrador.
El cuerpo del niño tenía puntadas por todas las partes, dos incisiones en el cuello, otras dos cerca del estómago y una cerca de los riñones.
La conmoción que se desató en el barrio fue espeluznante, y a partir de las 17 horas, todos cerraban sus ventanas y puertas. Fue mi trabajo, ordenar a los policías para que vigilen cada sector de la ciudad. Al día siguiente, estuve junto a mi mujer e hijo Mark. El niño me había llamado mucho la atención, lo notaba distante conmigo, su mirada ya no era la de antes, y tras de eso, se la pasaba todo el día en el patio trasero sentado sobre un viejo y redondo aljibe de ladrillos que nunca había visto, es más, recuerdo no haberlo visto cuando el vendedor me mostró la casa. No miento ni tampoco exagero que pasaba horas y horas mirándolo fijamente. Al momento de la comida, yo siempre interrogaba al niño, mi mujer nunca le preguntaba nada. El niño me decía que hablaba con su amigo.
-Ah sí, y ¿cómo se llama? -le pregunté.
- No tiene nombre, él solo me habla y nos divertimos mucho-respondió.
Fue justo en ese instante que pensé que a mi hijo no le funcionaba bien la cabeza, por lo que tomé el teléfono y llamé al psicólogo para organizar una cita rápida, pero dijo que recién mañana podría atenderlo a raíz de tanto trabajo.
Miré mi muñeca y el reloj marcaba las 20:30 horas. Estaba oscuro, y nos fuimos a acostar, apagué el televisor, las luces de casa y me fui a la cama. Por la ventana, antes de recostarme, observé con rostro serio y fijo el aljibe. Yacía allí, en el centro del patio, con sus húmedos ladrillos resquebrajados,llenos de mohos que parecían tener siglos y siglos, y con su oscuro agujero de miles y miles de kilómetros hacia lo profundo.
Con mi esposa cerramos los ojos y luego no recuerdo que sucedió. Pero un ruido me despertó a la madrugada, venía del patio de atrás. Cogí el palo de la escoba que se ubicada a un rincón del dormitorio y bajé. Cuando salí afuera no había nadie. Al intentar retornar, justo apenas cuando moví el picaporte hacia abajo para abrir la puerta, el sonido comenzó a escucharse nuevamente. Sin lugar a dudas el ruido provenía del pozo, se asemejaba al de un cuchillo cuando raspa una pared. Dí la vuelta y me dirigí hacia el aljibe, desde arriba incline mi cabeza para intentar ver algo, pero lo lógico era que por culpa de la oscuridad en su interior, el final era imposible de contemplar. Por ello grité:
-¡Hay alguien ahí en el fondo!
Nadie ni nada respondió. Entonces fui al cobertizo y cogí una chapa cuadrada y oxidada(de esas que utilizan para construir los techos), la ubiqué por encima del agujero y con un martillo y clavo remaché de punta a punta, perforando la chapa y el viejo cemento del cisterna hasta tapar completamente ese agujero para nunca más volver a mirarlo. Marché a la casa y me acosté.
No podía dormirme, y a eso de las cinco de la madrugada me levanté, fui al comedor y cogí un vaso de agua. Me senté en la silla y comencé a beber. El mismo ruido comenzó a sentirse nuevamente, desde el mismo lugar, provenía nuevamente del patio trasero de la casa. Era insoportable, por lo que decidí ponerle fin a dicho misterio; saqué el revolver y salí afuera.Al salir me encontré con algo extraño, el aljibe ya no tenía la chapa, yacía sobre el césped, toda destrozada. Mi hijo estaba frente a él, y se acercaba lentamente, tenía los ojos negros y brillosos.
Me escondí con sigilo detrás de los arbustos , y una voz proveniente del interior del pozo comenzó a hablarle a mi hijo:
-Ven Mark, conmigo te divertirás, aquí hay regalos,amigos y mucha comida -asintió esa voz aguda.
Mark comenzó a acercarse al momento que mi mano apuntaba con el revolver hacia el oscuro agujero del aljibe. Unas enormes garras puntiagudas comenzaron a asomarse hincándose sobre los viejos ladrillos. Era aterrador.
De pronto miré el aljibe, estaba bañado de sangre, y un ser horripilante salió de éste, era una especie de ser humano con dientes filosos, lo cuales goteaban sangre asiduamente. Su piel era viscosa, arrugada y brillosa. En una de sus garras claveteaba el ojo de un niño y con una sonrisa macabra lo devoraba lentamente. De reojo miraba hacia mi ubicación, su mirada oscura y sanguinaria se posó justo en mi rostro de pánico, y en ese momento toda la sangre se subió a mi cabeza. La sonrisa macabra que poseía comenzaba desde una oreja y culminaba en otra. Largó una carcajada aterradora, y con sus dos delgados y raquíticos brazos amarró a mi hijo, le rebanó la cabeza hasta que rodó a mis pies. Lejos quedó de su ubicación, pero con una velocidad inexplicable expulsó su larga lengua a metros y metros de largo, la cual atravesó con su afilada punta la cabeza de mi hijo abriendo luego su inmensa boca plagada de fauces largas filosas, la devoró de un bocado. Perplejo quedé, tanto que quería gatillar el revolver, pero imposible era ya que mis dedos estaban paralizados como el resto de mi cuerpo.El extraño ser se arrojó al pozo llevándose el resto del cuerpo hasta lo profundo, difuminándose en la oscuridad. El aljibe desapareció, una superficie plana de césped emergió, y lo último que me quedó de él fue el recordado llanto desgarrador que aún se puede escuchar cuando voy a tender la ropa en mi patio trasero. Como si con vida quedase sepultado para siempre.
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