El cristal que me engañó.
Por Justino Hernández
Enviado el 20/01/2016, clasificado en Reflexiones
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El cristal que me engañó...
El primer día fue algo confuso pues no me supe ubicar con claridad. Los niños se turnaban para llorar por sus padres, gritar cual coral desentonada o solicitar ir al baño en orquestas de a cuatro sin comprender que les iba resultar difícil ejecutar la partitura al unísono si sólo había un wáter. Otros se convirtieron en apósitos de mi bata y cual lapas humanas, pegados a mi pierna, se desplazaban allí donde yo iba alumbrándome el camino con hermosas velas que trataba de recortar con tres o cuatro pañuelos de papel pero que crecían al instante pues no dejaban de gimotear y solicitar la presencia de mamá como el que desea que le abran las puertas del cielo. De vez en cuando sentía que algo me golpeaba y, aunque no con mucho dolor, era demasiado reiterativo para pensar que era fortuito. El caso es que traté de ver desde donde se lanzaban los juguetes pero no tuve el acierto para descubrirlo.
Los días iban pasando y poco a poco, con los nombres ya aprendidos parecía hacerme con las riendas de un carruaje que necesita de paciencia, tesón y mucha, mucha ilusión para hacerles caminar por la misma senda y que aprendieran, ya que el conocimiento es fundamental en esas edades y les conviene ir creando hábito para futuras etapas educativas. Siempre he pensado que el árbol ha de crecer recto. Pero seguía preocupándome que en ocasiones sintiera que algún alumno me lanzaba cosas mientras yo escribía en la pizarra o ellos estaban realizando sus tareas. Desgraciadamente no conseguía ver quien me los lanzaba. El caso es que ya me estaba empezando a cansar, no podía tolerar faltas de conducta y menos con el agravamiento de poder herir a la maestra - Pero, ¿Dónde se había visto semejante conducta?...-
Soy una persona muy observadora y me quedo pronto con todos los detalles que conviene retener para desarrollar bien mi trabajo, y me fijo en los alumnos que trabajan bien porque ellos sirven de ejemplo a los demás. Era una clase muy aplicada, salvo alguna que otra excepción que hay en cualquier grupo numeroso. Lo importante es salvaguardar al grupo y fortalecer el aprendizaje de la clase pues somos maestros no héroes. Como ejemplo un botón; Marta. Esta niña no jugaba con apenas nadie, siempre se la pasaba sentada en el mismo banco del jardín donde tenían su recreo y, lógicamente, los demás no se acercaban a ella porque solía soltar con demasiada facilidad la mano. Esta es otra cuestión que ha de trabajarse en casa, pues lo importante en las casas es educar, la enseñanza es cosa de las maestras y los maestros. No entendía la actitud de Marta pero tampoco me preocupaba pues estábamos a inicios de curso y ya cambiaría.
Llegando al término de la primera semana, cansada ya por el trajín de los primeros días de contacto con la profesión que amaba y con la sensación del deber cumplido, habiendo sido felicitada por el Director del centro y otros compañeros me ocurrió algo muy extraño. Estaba recogiendo mis cosas en la mesa, colocando mi bolso porque faltaban escasos minutos para que el timbre tocara el final del viernes y pudiéramos marcharnos a casa. Al levantar la vista veo de forma fugaz y repentina un lapicero que había lanzado Marta hacia mí. Con tan mala fortuna y sin darme tiempo a esquivarlo impactó contra mi frente en el mismo momento en que sonó el timbre y los niños corrieron despavoridos con las mochilas para reunirse con sus madres. Me dije: -¿En qué está pensando esta niña?, ¿Acaso cree que no le he visto?. Se va a enterar ahora...-Inicialmente, pensé que iba a salir corriendo pero agachando la cabeza puso sus manos cubriéndose las orejas con intención de no escucharme. Parecía que, a diferencia de los demás, no quisiera salir corriendo en busca de los brazos de mamá. Le reproché su actitud, tanto dentro como fuera de clase, que no me gustaba que lanzara objetos. Que tenía que jugar más con sus compañeros y que de esa manera no iba a aprender absolutamente nada. Como vi que no me hacía caso, la prendí por los hombros para que me mirara a los ojos y enérgicamente le pregunté: -¿Pero por qué te portas tan mal...?- Y fue entonces cuando mi corazón se volvió de piedra, mis ojos de agua y mi persona entendió algunas de las cosas que estaban pasando. Marta se quitó las manos de las orejas lentamente y abrazando fuertemente a la muñeca de trapo de la que no se despegaba me dijo en voz muy baja y con los ojos encharcados pero reteniendo aún las lágrimas, - Es que mi papá pega a mi mamá y nadie me hace caso...- Fueron como trece tiros a bocajarro frente a un pelotón de fusilamiento. Me abracé a ella durante un largo tiempo sin saber qué decir ni qué hacer, me sentía la mujer, la persona más inepta sobre la faz de la Tierra y comprendí tanto que jamás olvidaré aquel día.
Pude aprender que igual no soy tan buena observadora como me consideraba y que, tal vez, en los pequeños detalles está la esencia de la vida. Así mismo, grabé a fuego en mi impronta de maestra que el grupo no es más importante que cada una de las partes que lo componen, pues todos y cada uno de ellos merece la misma atención. Supe que hay árboles torcidos que dan tan buen fruto como los esbeltos y hermosos, y que para ser feliz no se necesita la consecución de grandes logros o, al menos, aquellos que provienen de la bondad que te otorga el mundo y sí de aquellos retos que se consiguen superándose a sí mismos. Además, qué manera más punzante y dolorosa de enseñarme que los conocimientos sin corazón marchitan al mismo ritmo que brota la estupidez, y que cuando somos niños no hay aprendizaje más férreo y duradero que el que se hace desde el alma. Pobre de mí que pensaba que las casas son vergeles de felicidad y quietud dedicados por entero a la educación de los hijos, y que nosotros estamos exentos de toda responsabilidad. Ilusa de mí que pensaba que la vida era del color del cristal con el que miramos las cosas aunque no sepamos mirar.
Ser maestra es mucho más que enseñar, es darle forma a una vida, es ayudar a caminar conociendo las necesidades y luchando por salvar la dificultad. Somos patrones de barcos que salen a la mar con pequeños marineros dispuestos a remar, a beberse de un trago el charco mientras aprenden a nadar. Hemos de ser más humildes, más humanos e intentar, que cada niño que nos reclame no sólo sepa que se le va a apoyar sino que tiene en nosotros un brazo del que poder tirar.
Han pasado 38 años y desde entonces, cuando ya me voy a jubilar, me siento a mirar, en todos los recreos, deseando ver a Marta jugar, para poder entender algún día, cómo no fui capaz de escuchar el grito en silencio de un ángel mientras sufría sin avisar...
Podéis visitarme,si queréis. Gracias.
http://www.emocionalia.es
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