Tomas acabó su dura jornada laboral. Había tenido que hacer incluso horas extras, pues su jefe se lo exigió, a pesar del cansancio que él padecía.
Esperó la llegada del autobús que pasa a las once y diez, en la parada que había en la entrada de la fábrica donde trabajaba y observó la enorme luna llena que empezaba a elevarse sobre él horizonte. Un par de minutos después apareció el transporte público, con esa falsa sonrisa que parecía formarse en el rostro del vehículo, sugerido por los focos y el adorno central de este. Subió en el autobús cuando este detuvo y se sentó cerca de la entrada. Estaba agotado.
Veinte minutos después, descendió y caminó quince más, hasta que al fin llegó a su casa. Al entrar en esta, encontró a su mujer viendo la tele, sentada en el viejo sofá del pequeño comedor.
— ¡Ya estoy aquí, cariño! —saludó Tomas.
— ¡La cena la tienes en la cocina! —contestó su cónyuge, sin apartar la mirada de la pantalla del televisor.
— ¡Oh, el concursante número cinco lo ha perdido todo— gritó el electrodoméstico.
Tomas se sentó en la mesita que en había en la cocina y desganado, con poco hambre por causa del cansancio, comenzó a cenar. Al fin, dejó casi todo en el plato sin tocar.
Luego, tras recogerlo todo, pasó por el comedor. Su mujer seguía viendo la tele concentrada en esta.
—Voy a ducharme antes de acostarme —anunció Tomas.
Ella ni lo oyó. Entonces fue al cuarto de baño y se sentó en el retrete, para hacer sus necesidades antes de ducharse. Eran las doce de la noche. Entonces escuchó aquella vocecita.
— ¡Eh! ¿Me oyes?
Tomas se quedó sorprendido. ¿De dónde habían provenido esas palabras?
— ¡Mírame! Estoy aquí abajo —volvió a escuchar.
Como impulsado por un enorme resorte, se puso en pie. ¡Parecía que la voz procedía del interior del retrete!
Bajó su mirada curioso y de repente, vio en el interior de la taza a una especie de hombrecillo, moldeado con las heces, flotando en el agua. Boquiabierto, Tomas se inclinó un poco para verlo mejor y sorprendido vio que el rostro de aquel muñeco marrón sonreía.
Entonces este habló de nuevo:
— ¡Hola, Papa!
Fue tal el susto al verlo pronunciar esas palabras, que Rafa cayó de espaldas golpeándose en la cabeza con la pared. Cuando se repuso de esto, se asomó de nuevo para ver si aquello había sido una alucinación.
— ¿Papa? —volvió a exclamar el hombrecillo al ver su rostro.
— ¿Quién eres? ¿De dónde has salido? —preguntó Tomas más asustado que asombrado.
— ¡Soy yo! ¡Tu hijo!
— ¿Mi hijo? ¿Qué broma es esta?
—No es ninguna broma, Padre. ¡Es un milagro! Ya sé que estoy constituido por este innoble material, pero de todas formas…….¡ Soy tu hijo!
Tomas se froto la frente con su mano derecha, aturdido.
—Debo estar soñándolo— se dijo.
Dirigió su mirada de nuevo a aquel extraño ser y le volvió a preguntar asustado:
— ¿Un milagro? ¡Esto es una locura!
—No, Padre —respondió el hombrecillo de heces— ¡el milagro que permite a los hombres parir!
— ¡Por Dios! ¿Parir? Estoy desvariando, sin duda…...
—No, Padre. Esto es real.
—Pero... ¿cómo es posible?
—La naturaleza, Padre, a veces provee soluciones a la vida.
— ¿La naturaleza?
—Sí, Padre. Si un hombre defeca a las doce de la noche, hay luna llena y ese hombre desea ser padre, se realiza el milagro que le permite parir.
— ¿Parir? ¡Dios, estoy como una cabra! Pero…..lo cierto es que siempre he deseado tener hijos y esa naturaleza que tú dices, siempre me lo ha negado.
— Quizás por eso te ha concedido este milagro. ¡El milagro de ser padre!
— ¿Eres mi hijo? Entonces, ¡tendré que ocuparme de ti!¡Dios!¡Que responsabilidad!
—No te preocupes, Padre. No tendrás que hacerlo. Mi vida es efímera.
— ¿Qué quieres decir?
—Solo deberás dejarme estar un rato aquí, flotando en esta agua. Podremos charlar un rato, conociéndonos. Luego, tras unas horas, el agua me diluirá lentamente, muriendo yo así.
— ¡Eso es terrible! Te sacaré de ahí.
— ¡No lo intentes, por favor! Me producirás terribles dolores al desmembrarme y al resecarme moriría de una forma prematura y atroz. Debo permanecer flotando en estas negras aguas.
Rafa se entristeció al escuchar esa explicación, pero acostumbrado a ceder ante todo en la vida, se dijo a sí mismo:
— ¡Está bien, si ese el destino que se nos ha marcado!…….
Entonces, el novato padre se sintió inmoral así, desnudo, en frente de su hijo y continuó.
—Si me permites, hijo, voy a ducharme y me pondré el pijama. Entonces podremos mantener esa postrera charla.
— ¡Claro, Padre! Así disfrutare un rato de este agradable baño.
Tomas se metió en la bañera y el agua comenzó a caer sobre su cuerpo. Se enjabonó pensando en la de mil cosas que podía charlar con su hijo. El sentido de la vida, la existencia de Dios, la teoría de la relatividad......
De repente escuchó la voz de su esposa.
— ¡Tomas! ¡Eres un guarro! Te he dicho mil veces que tapes el retrete cuando termines y que tires de la cadena.
— ¡No! —gritó este asomando su cabeza por la cortina de la ducha.
Era demasiado tarde. Su esposa había hecho funcionar la cisterna y el agua de esta cayó en la taza en un pequeño torrente, arrastrando al desgraciado hombrecillo de heces en aquel descontrolado vórtice.
— ¡Eres un asesina! —exclamó él impotente al ver que su mujer le privaba de conocer a su recién parido hijo.
Ella lo miro extrañada y abandonó el baño.
Tomas, al ver que no había podido despedirse de su desgraciado retoño, ni charlar con él, comenzó a llorar.
Y mientras el agua de la ducha surcaba su cuerpo, las gotas de esta se unían con las lágrimas, que brotaban en sus ojos y juntas, se perdieron por el desagüe.
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