LOS ANALES DE MULEY(3ª PARTE)(3)
Por YUSUF AL-AZIZ
Enviado el 20/01/2016, clasificado en Varios / otros
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LXll
Fue un día glorioso
de liberación triunfal,
el contingente nacional
al pueblo redimió,
siendo un acto infernal
que la gente asumió.
Días inciertos llegaron
de lágrimas y sollozos,
corrían raudos los mozos
con miedo en sus talones
asfixiando sus gozos
por estrechos callejones.
Llegó un tiempo lúgubre,
de miedo, de aflicciones,
se rompían corazones,
sucumbía la libertad;
se maldecía los cañones
que sonaron sin piedad.
Pero otros se ensalzaban
en su puerca alegría,
se saltaba y se corría
junto al libertador
mostrando su sangre fría
en aras del malhechor.
Fue momentos de ajustes,
de llanto, de aflicción,
se implantó la ejecución
a un pueblo atemorizado
por pura liberación
de un ideal mofado.
Volvieron los primeros días
de nuestra insigne contienda
perdiendo in situ la rienda
del despropósito humano;
ajustició sin enmienda
a su propio hermano.
Se sollozó con angustias,
con miedo y pavor,
aquel insólito terror
que el hombre provocaba;
impasible ante el dolor
la pobre gente rezaba.
La noche se volvió larga,
lúgubre y misteriosa
con su sombra luctuosa
henchida de convulsiones,
se veía tan negra la cosa
que se rompían corazones.
Se sacaba a los hombres
de su caliente lecho
omitiendo el derecho
de presunta inocencia,
y por camino estrecho
se perdía su presencia.
En esa noches de ronda
por su último sendero
fluía un cancionero
con baladas de muerte,
era el canto de un arriero
adjudicando suerte.
Cuando la aurora salía
nadie por el preguntaba,
solo en él se pensaba,
a verlo nadie volvió
porque en paz descansaba,
más su recuerdo quedó.
Mucha gente murió
vilmente ejecutada
sin tener derecho a nada,
en sumarísimo juicio,
con sentencia acordada,
iban al precipicio.
Pero algunos valientes
dentro de aquel follaje
se armaron de coraje
y del pueblo escaparon,
hubo quien pagó peaje
cuando de allí se alejaron.
Muchas familias enteras
por carretera vagaron,
la guerra atrás dejaron
con miedo y pavor,
algunos por fin lograron
dejar muerto el honor.
“De la muerte” le llamaban
a ese infernal camino,
fue protector de destino
con sublime aflicción,
pero había que ser ladino
y buscar la salvación.
LXlll
Salí raudo de la huerta,
al pueblo me dirigí,
desesperado corrí
los caminos de la vega
y a la villa me fui
con una voluntad ciega.
Se despertaba el alba
aquella clara mañana,
mis ojos eran fontana,
mis mejillas dulces cauces
de un agua que allana
la rivera de los sauces.
Temprano me levanté
para poder contemplar
a quien iban a matar
aquel alocado día,
aunque ver fusilar
nunca jamás lo aguantaría.
Fui para ver de cerca
a quien a muerte conducían,
o si también llorarían
con miedo aterrador,
yo pensaba que pedirían
muchos votos de favor.
Todo era un vil morbo,
una manera de ver
a un pobre hombre padecer
tan ritual sufrimiento;
todo hervía en mí ser,
incluso mi aliento.
Aquel día llegué a tiempo
para ver a los cautivos
caminando pensativos
por las calles polvorientas,
parecían hombres furtivos
con sus caras soñolientas.
Elegí una buena calle
para mi morbo avivar,
no dejaba de mirar
a la gente allí presente
para luego emitir
su fuerte grado demente.
Me apoyé en la pared
y vi un panorama crudo
que se volvió muy rudo
cuando comprendí mi error,
fui vil testigo mudo
de aquel triste corredor.
Me sentía ahogado,
como un ruin villano
que traiciona a su hermano
por unos cuantos chavos,
me encontraba liviano
viendo tantos esclavos.
Mi corazón jadeó
por fuerte ruido latente
que exasperó mi mente
y nubló mi larga vista,
aquel cuadro presente
me hizo ser realista.
En fila de dos bajaban
por la muerte escoltados,
exhaustos condenados
que radiaban compasión,
caminaban angustiados
camino del paredón.
Iniciaba el cortejo
de una forma pomposa,
pero de forma honrosa,
el admirado “Cañuela”
y su abnegada esposa:
mi maestro de escuela.
Allí iba todo el saber
de aquel pueblo maldito
que ahogaba su grito
esculpiendo sus nombres
lanzando al infinito
las almas de aquellos hombres.
Nunca lo volví a ver.
Tétrico es su recuerdo
que en el tiempo pierdo,
pues soy hombre longevo
que, aunque estoy cuerdo,
mirar atrás me atrevo.
Pensé en aquel momento:
¿Quién maestro será?
¿El saber se perderá
en estos tiempos de guerra?
Nadie me responderá
porque el hombre en sí se cierra.
Quise avivar mi valor
para mirarle a la cara
y que en mi se fijara,
me hubiera gustado ser
como persona de mara
que pudiese comprender.
Pero valentía me faltó
y comencé a llorar,
solo pude sollozar,
pues cobarde me sentía;
casi no podía respirar
porque el corazón me dolía.
Odio aquella gente
que con ira le bramaba,
pues tiempo atrás veneraba
y fue persona ejemplar,
más su luz se apagaba
dejando de resaltar.
Corto de coraje estaba
y mi rostro escondí,
al duro suelo caí
absorto y abstraído,
a mi memoria acudí
ya un poco desvalido.
Me callé como un zorro
ante tal difamación,
buscaba una oración,
una ayuda divina
para encontrar ocasión
de saldar aquella ruina.
No fui de ningún bando,
pues odio el asesinato,
la dejadez, el mal trato…
No me importa su raíz
o cualquier otro conato,
más me siento infeliz.
Yo maldigo y condeno
la guerra en todos sus planos,
más aún entre hermanos;
llevo mi alma herida
por viles seres ufanos
de cualquier partida.
Al mundo entero le pido
que las campanas repiquen,
a los muertos glorifiquen
y guarden su memoria,
pues aquellos que mortifiquen
lo venerará la historia.
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