Un asiento libre...

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Con las manos empapadas en sudor, temblorosas y frías como el hielo, sujetaba la tarjeta de embarque minutos antes pasar el control de pasajeros. Se sentía tan desvalida y confusa que miraba hacia todos lados intentando buscar una mirada de complicidad, una sonrisa que aplacara su miedo, en definitiva, un apoyo para hacer frente al reto que se disponía a realizar.
Una vez dentro del avión, el agobio en modo claustrofóbico iba en aumento por dos circunstancias; por un lado el brusco aumento de temperatura que en cabina suele darse y que siempre te recibe como una bofetada seca, y por otra parte, la angustia llevadera de ver tantos brazos en alto alzando bultos hasta el portaequipaje y ocupando el pasillo. Es una sensación que no llevaba bien pues le faltaba el aire. Para disimular abanicaba su larga melena con la tarjeta de embarque mientras sujetaba con los labios un panfleto publicitario que la aerolínea le dio al entrar en la aeronave.
Los minutos previos al despegue eran para Ana poco menos que la antesala de cuarto del terror, salvo que en el avión no había monstruos pero si azafatas que insistentemente pasaban por su lado mirando su cinturón, el cierre del portaequipaje y le recordaban que mantuviera la bandeja alzada. En ocasiones, aun reconociendo su trabajo, Ana las veía como las brujas del tren; seres de moños apretados en modo plus y sonrisas de porcelanas disimulando para evitar transmitir el miedo a volar. Al menos, eso es lo que Ana imaginaba…
El comandante el vuelo les dio la bienvenida al avión y tras escudriñar los entresijos del vuelo; tales como las condiciones meteorológicas o la tardanza del mismo, les deseó un feliz trayecto y cerró la comunicación con el pasaje. Las luces de los cinturones encendidas en un verde alarmante mientras el aparato se disponía a tomar pista. Es ese momento en el que la gente murmura en voz baja, se escuchan risas convulsas de jóvenes casi siempre en la parte trasera y las azafatas, perdón, desde ahora, auxiliares de vuelo…corretean por el pasillo como si hubieran perdido las llaves de la puerta trasera del avión.
Con las mismas, Ana se percata de que, curiosamente, va a tener una suerte tremenda, a su izquierda va una joven con los cascos puestos que no parece dar demasiada guerra pues para ella ya ha empezado el viaje, y a la derecha ha quedado un hueco libre junto al pasillo. De esta manera no sufrirá el incómodo síndrome del pasajero sándwich que suele vivir quien viaja entre ambos pasajeros. Se le escapó una sonrisa y suspiró de forma que casi se le levanta el postizo al abuelo que llevaba delante…
Una vez pasado el despegue y esos segundos de no retorno, las luces de los cinturones se apagaron y pudo desprenderse de ellos de tal forma que pudiera asumir mayor libertad dentro de la fobia que la acompañaba metida en aquel tuvo con ventanas. Al momento, cuando comenzaba a haber movimientos de pasillo, trasvases de equipaje y caminatas al baño, alguien la estaba hablando al tiempo que tocaba su hombro. Ana, interrumpió su musicoterapia para poder escucharla mientras giraba la cabeza para dirigir su mirada.
-Disculpe, puedo sentarme, ¿verdad?, es mi asiento pero estaba en el baño y en el despegue no me dio tiempo a incorporarme al mismo.- Mujer de unos 45 años de tez extremadamente blanca, ojos claros y largo cabello negro tildado de largas canas que contorneaban la silueta de los hombros como si subrayasen la delgadez de sus brazos. Su voz casi un hilo de seda al que costaba seguir pero, sin pensarlo dos veces y presa de la duda y de su fobia, Ana accedió a quitar del asiento su par de libros para que se sentara.

-Claro, por supuesto. Adelante, siéntese- En principio ambas, desconocidas totales, se negaron la palabra mientras una escuchaba música y la otra, con una mano encima de la otra, y las dos sobre sus rodillas, miraba al frente con media sonrisa. Pero de repente…
-No me he presentado, mi nombre es Laura Blanco, ¿Por qué tienes tanto miedo a volar, Ana?.- Le preguntó la señora.
-¿Sabe mi nombre, quien se lo ha dicho?-Esto generó en Ana una incertidumbre que para nada mermaba su estado de nervios y, más al contrario, hizo que un escalofrío recorriese todo su cuerpo.
-Tu cara habla por ti, pero no deberías tener miedo. Yo conozco este trayecto muy bien, lo he hecho muchas veces y no suele ser peligroso.- El caso es que Ana encontraba en sus palabras la misma paz que encuentra el niño en el pecho de una madre y, sin saber por qué razón, la creyó y asintió con la cabeza sin mediar palabra. Al poco le preguntó:
-Me da miedo volar, ¿Acaso usted no tiene miedo, no siente cuando subimos o bajamos bruscamente?-
-Una vez tuve miedo pero ya no recuerdo esa sensación. Creo que desde entonces disfruto más calmando a los que lo tienen. Así su viaje se hace más fácil. Aunque por otra parte lo que sufro es un frío atroz- Mientras se frotaba los brazos enérgicamente con ambas manos dando hasta lástima – …y dejé en la maleta de la bodega mi abrigo.-

Ana sintió un deseo espontaneo de mitigar tal frío y le dio su chaqueta al momento para evitarle dicha sensación. Y si, ya lo creo que lo estaba, pobrecilla, pensó Ana, un viaje así no debe ser nada agradable y ella con tanto calor.
Estuvieron hablando sin parar, riendo y compartiendo anécdotas donde Ana casi practicaba en modo élite el monólogo presa de los nervios y aquella señora escuchaba atentamente.
-Vas a ser una mamá muy buena, te felicito.-Dijo la señora sin mediar pregunta alguna sobre tal circunstancia. Ana, que llevaba 3 años intentando quedar embarazada no pudo por menos que sorprenderse y cuestionarle de forma repentina: -¿Quién le dijo que yo estuviera embarazada?, es imposible, y por favor, no toque ese tema.- Mientras no supo contener una lágrima que se escapó de sus ojos.
-Tranquila Ana, lamento haberte asustado. Tan sólo dije que será una niña preciosa y tú serás una mamá extraordinaria. Celebro haberte conocido, no me cabe la menor duda. Te ruego me disculpes, he de ir al baño.- Y con las mismas se levantó y fue hacia la parte trasera del avión. Estupefacta y sin saber qué decir de las palabras que había escuchado, sintió el deseo de levantarse y mirar hacia atrás pero entre las personas que estaban levantadas cogiendo cosas del portaequipaje y otras que volvían del baño, no pudo ver a aquella señora.

Las luces de los cinturones se volvieron a encender, faltaban escasos minutos para tomar tierra y el aparato había comenzado a descender. Se le había pasado el vuelo en un abrir y cerrar de ojos. Mientras colocaba las cosas que formaban parte de su equipaje de mano cayó en la cuenta de que le faltaba su chaqueta pero ya no podía levantarse. Se la reclamaría una vez el avión tomara tierra...

(...Termina de leerlo en mi sitio, te sorprenderá. Aquí no entran, por poco, todas las palabras. Gracias)

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