Recuerdo nuestro primer beso con vergüenza: mis dientes medio chuecos chocaron con los suyos, no cerré los ojos y me dejó llena de babas. Es cierto, no fue el mejor beso, pero jamás lo olvidaremos por más malo que haya sido.
Una vez me mordió el labio, o más bien fue un intento: no le hablé durante el resto del día y batalle bastante para que la sangre se detuviera.
Pero creo que lo más vergonzoso de todo, fue aquel regalo que me dio cuando no teníamos ni una semana de novios: un montón de chocolates qué venían dentro de un trozo de celofán con un ridículo moño rosa para sellarlo. ¡Fue tan incómodo! El regalo más básico y feo, lo peor es que al final no me comí los chocolates yo… ¡Se los devoró él!
Ese mismo día, mientras lo veía comiéndose “mis chocolates”, noté muchas cosas que me incomodaron. Sus manos parecían de niña, o sea, eran mil veces más suaves que las mías y sus uñas brillaban más. Pensé que a lo mejor se pasaba algún tipo de esmalte… hasta que vi lo mugrientas que estaban ¿En serio dejaba que esas cosas tocaran mi cara? El gafete que colgaba en su pecho sólo me hizo imaginar el horrible apellido que podrían llevar mis hijos si me quedaba con este glotón. Rodé los ojos y bajé la mirada sólo para encontrarme con algo peor: su pierna izquierda no dejaba de moverse, parecía qué tenía ganas de orinar. Odiaba que hiciera eso, lo odiaba con el alma. ¡Todo de él me resultaba tan desesperante!
¿Qué hacía con un tipo así, al que no soportaba? Simple, era valiente. Me refiero a que soy una chica difícil de entender y de tratar, pero este baboso no se dio por vencido. Descubrió cosas en mí que ninguna persona veía a primera vista, adivinó secretos sin que le contara, sacó mi lado tierno, me hacía sonreír en una hora lo que no sonreía en una semana. Me quiere a pesar de lo que soy. Pienso que si él puede soportar todas mis actitudes despectivas y destructivas, yo puedo con sus manos de niña y todas esas pequeñeces que no me gustan.
Puse mi mano sobre su hombro y volteó a verme. Sonreí sutilmente, nunca lo hacía mostrando la hilera de dientes encimados que tengo. Él sonrió mostrándome sus dientes, llenos de chocolate.
A la mierda.
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