Su voz era cálida y dulce, podía pasar horas escuchando aquella voz sin cansarme, me hacia sentir bien, relajada, me reconfortaba, me transmitia una sensación de paz y tranquilidad...
Me había perdido en sus palabras, pensando en como seria fisicamente, en su caracter, en que me apetecía conocerlo, en tenerlo cara a cara.
Normalmente, cuando llamas por telefono a una entidad para que te soluciones algo o para aclarar dudas, te tratan con desgana, con desden, como si molestaras; pero él no, él me trataba con cortesía, dulzura, paciencia... Eso me hacia sentir bien hasta tal punto que me apetecía hablar con él a cada momento.
Por cuestiones laborales hablábamos casi a diario, o cual hizo que con el tiempo cogiéramos una confianza, bromeabamos y siempre nos preguntabamos por el estado de ánimos, aunque realmente por el tono de voz ya sabiamos que tal estábamos.
Así dia tras dia pasaron los meses, hasta que de pronto una mañana al hacer la llamada me contestó una voz seca. Habían cambiado a la persona que me atendía diarimente y yo hoy necesitaba aquella voz, me había levantado por el lado izquierdo de la cama, como se suele decir y, había empezado el día discutiendo con mi esposo y enojada con mi hijo por su lentitud a la hora de prepararse para ir a la escuela.
Me dí cuenta que necesitaba a aquella persona más que nunca, necesitaba decirle a alguien desconocido y a la vez tan conocido como si fuera mi mejor amigo, que había comenzado el día con mal pie, que era uno de esos días que más valia no haberse levantado, y que sentir su voz me hacía sentir bien.
De pronto metida en mis pensamientos, me di cuenta que echaba de menos esa voz, que me sentía como una quinceañera a la que el novio había dejado plantada sin darle ningún tipo de explicaciones. Me sentí fatal.
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