DESAMOR
Cuando se marchó, con su taconeo firme de mujer segura, a mí ya nada me pareció igual. Todo se tornó oscuro. Todo me salía mal. Era como si el mundo entero conspirara para hacerme caer. Dejé de sonreír. Dejé de ser feliz. Me negué a sepultar la ilusión de tenerla de vuelta.
La lloré mucho, y por las noches, aprendí a amar su recuerdo con la pasión de mi mano. Pensando en su boca tierna, en su mirada limpia, y en su olor a primaveras.
Pasó la vida. Me trajo otros golpes, otras caricias, y otras desilusiones. Me hice fuerte. Me hice sabio. Me hice viejo.
Cuando regresó, ya no era ella. Traía la boca dura, y la mirada apagada. Olía como todo el mundo. A gente.
La miré intentando reencontrarla. Pero ya no sentía el impulso de tocarla. Ni de besarla. Ni de arroparme con su fragancia ahora tan cambiada.
A ella debió pasarle igual. Sonreímos. Nos dimos un beso en la mejilla, y para siempre, nos dijimos adiós.
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