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Dejó de llorar
un buen día.
Lo fue, bueno,
por eso.
Había estado con miedo,
con reflejos confundidos,
con el susto en el cuerpo.
Dejó de llorar,
y volvió a ser ella
con su gran sonrisa,
con sus emociones,
con sus gustos y preferencias,
sin penas inútiles.
Dejó lo que le pesaba,
y se fue con el deseo
en los ojos y en su corazón.
Dejó de llorar
porque sí y porque no,
y se subió al carro
de una enorme felicidad
llamada amor,
que, por genuino,
le apartó de los malos momentos.
Fue un buen día,
y como fue os lo cuento.
Juan T.
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