Malditas campanas por fin quietas. Ya no tocan a muerto.
Nadie creyó en el pueblo que la enfermedad llegaría tan lejos. Eso de los virus eran cosas de ciudad, decían. Hasta que noche tras noche, los que quedaban en pie, tenian que ayudarmese en mi oficio. Dar sepultura.El mal augurio se apoderó del pueblo y las campanas de duelo comenzaron a sonar sin descanso, hasta que poco a poco el silencio fue envenenando el aire y apoderándose de la aldea, de las casas, de los campos, de las montañas.
Ya no queda nadie para ayudarme y el eco de la campana sólo repica un atronador silencio. No hay más tumbas que cavar. La noche se acerca y la fiebre me grita y se ríe porque nadie me dará sepultura.
He de darme prisa. Quizás me dé tiempo a tocar las campanas por mi.
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