Noche de Verano

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La cálida brisa de una noche estival  entra por la ventana de su cuarto. Está tendida sobre la cama, y la luz de luna que entra por la ventana destaca su figura al contraluz. Duerme desnuda, de lado, exponiendo la redondez de su cadera al observador furtivo que se encuentra en la puerta de su habitación. Observa su escueta respiración, el movimiento sutil de su cuerpo, la redondez de sus muslos. Está deseando acariciar todas y cada una de las partes de su cuerpo, provocarle esos suspiros que tanto le gustan, tal vez hacerle el amor, fuerte y duro, como a él le gusta. 

Pero lo cierto es que no se atreve. La quietud de su cuerpo le inspira ternura y pausa. Se acerca a ella lentamente, apenas atreviéndose a respirar. Su rostro es una máscara de paz y sosiego, su respiración apenas el aleteo de una mariposa. Aspira su aroma, dulce y suave, y le roza la cara con las puntas de los dedos.. No quiere despertarla. Ella se remueve en su sueño, acerca su cara a la mano de él. Él se sienta en la cama a su lado mientras observa su lento despertar. Está comenzando a colocarse boca arriba, y el ligero tanteo de sus senos le tiene hipnotizado. Sus muslos se desenredan para mostrar un pubis delicadamente rasurado. Emite un pequeño gemido mientras termina de colocarse boca arriba, y parece volver a caer en un sueño profundo. Pero esta vez ya no tiene ganas de dejarla dormir. El delicado movimiento de su cuerpo ha despertado sus más básicos instintos, y la cercanía de esa piel caliente le pide que pase a la acción. Con delicadeza, comienza a acariciar sus piernas. Comienza por las suaves pantorrillas, y va subiendo hasta sus muslos, comprobando que la temperatura de su piel es aún más alta de lo que cabía esperar. Ella apenas se mueve, así que él sigue su ascenso por sus muslos hasta llegar a la entrepierna. Decide que es demasiado pronto, así que continua su ascenso, no sin antes acariciar con ternura ese pubis rasurado que tanto le gusta. Alcanza el bajovientre y el hueco de su ombligo, y no es capaz de resistirse a ofrecer un lento lametazo a esa zona ambigua entre el ombligo y el pubis, que provoca un suave gemido salido de la garganta de ella. Sus manos prosiguen con la lenta ascensión por el cuerpo de su diosa terrenal. Pausadamente, rodean los pequeños y firmes senos, entreteniéndose en la curva que forman con el resto del torso, sin querer aún ascender a la cúspide de esas cumbres. Mientras sus manos se entretienen masajeando sus senos, su nariz roza con delicadeza su clavícula y va ascendiendo hasta llegar a su cuello, aspirando el dulce aroma de su piel y notando cómo la respiración del ella se ha alterado ligeramente. Sus manos abandonan sus senos, rodean su espalda y llegan una al final de la misma y la otra a su cuello, el cual sujeta con delicadeza mientras lo besa. Nota como los brazos de ella rodean su torso desnudo, cómo su respiración denota que ya está despierta. Quedamente, casi sin hablar, solo con un gesto y una mirada le pide un beso. Éste se antoja tierno, suave, de esos besos que inocentemente van elevando la temperatura, aunque no fuera su primera intención. Ella cede su cuello a los labios de él, y él besa su garganta, baja por el hueco de su tráquea, se entretiene en su clavícula derecha mientras nota cómo el cuerpo de ella responde sutilmente a sus insinuaciones, arqueándose bajo sus brazos, suspirando por tan dulce despertar. Ella se recuesta, arqueando su espalda para permitir que las manos de él vayan bajando por ella a la vez que sus labios recorren su pecho. Esta vez visita sus cumbres, y nota como sus tiernos pezones se endurecen ante sus atenciones. Primero los besa, suave, permitiéndoles acostumbrarse a su boca. Cuando ya los nota duros en sus labios, comienza a lamerlos en círculos, provocando los suspiros de su dueña, que ha extendido los brazos hacia arriba hasta tocar la pared con las puntas de sus dedos. Sus manos notan la tensión de la musculatura arqueada de su espalda mientras sus dientes rozan esos pezones endurecidos que tanto le gustan. Los atiende a ambos, alternando lametones, besos y caricias. Finalmente, decide continuar su descenso. Se sube a la cama, colocándose de rodillas entre las piernas de ella. Sus manos bajan por sus costados, notando su acelerada respiración, mientras sus labios retoman la carretera de su cuerpo justo entre sus senos. Sus andanzas le devuelven al punto de partida, esa piscina de deseo que parece ser su ombligo, al cual colma de todas las atenciones que antes o se atrevió a profesarle. La pesada respiración de ella se acelera cuando nota los labios de su Apolo terrenal bajando por su pubis. No puede reprimir los gemidos que se escapan de sus labios.  

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