LOS ANALES DE MULEY(3ª PARTE)(5)

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            LXVl

   O vencía mi timidez

o me quedaba soltero,

eso era lo primero

que tenía que esclarecer

para gozar del frutero

que porta toda mujer.

   Con decisión me lancé

a buscarla con talante,

que fuese esposa, amante,

y compañera de viaje;

no la quería arrogante,

pero eso sí, con coraje.

   Fue fácil encontrarla

en aquella selva humana

donde el deber emana

de un limpio corazón

que busca una vida sana

pidiendo protección.

   Despierto me lancé al ruedo

quebrando al bravo toro

en busca de aquel oro

que me haría opulento

en sentimiento, en decoro,

y me sentiría contento.

   Encontré la mejor flor

que podía haber hallado

en un pueblo mermado

por muchas necesidades,

donde ser hombre acallado

ahuyenta las vanidades.

   Se selló el noviazgo.

Me llené de fruición

y no perdí la ocasión

de vociferar al viento

mi jovial satisfacción

que ardía mi sentimiento.

   Y cada atardecer,

al acabar la jornada,

quieta estaba mi mirada

y mi pensar abstraído

acaparando a mi amada

con su amor florido.  

   Puntual como cada noche

a su reja acudía

pletórico de alegría

para con ella hablar,

una gran fuerza me decía

que pronto la iba a amar.

   Le hablé muy poco tiempo,

pues quería tener esposa

y porque era hermosa,

siempre en ella pensaba

como una bella rosa

con aroma que embriagaba.

   Se acordó los esponsales

con sencillez y mesura,

con cordial compostura

nos asimos al destino

y con pasión, con cordura,

anduvimos el camino.

         LXVll

   Con inusual ilusión

ese día lo esperaba,

y por las noches soñaba

que empezaba a amar

y mi cuerpo se agitaba

a su dulce despertar.

   Llegó el día deseado

por las familias, por mí,

a la iglesia acudí

con mucho gozo, contento;

un limpio traje lucí

en tan insigne evento.

   Radiante y jubiloso

a la novia esperé

y de sus brazos entré

en mi iglesia querida,

ante mi Dios me postré

y también mi prometida.

   Juramos amor eterno

y sellamos nuestro pacto,

fue un sencillo acto

lleno de sinceridad,

prometimos mucho tacto

y decirnos siempre verdad.

   En lo bueno, en lo malo,

siempre juntos estaremos,

en los revés lucharemos

juntos hasta el final,

unidos nos mantendremos

de manera personal.

   En aquel santo lugar,

como hombre y mujer,

nos prometimos querer,

fue un pacto asumido

y dispuesto a mantener

aquel “si” comprometido.

   Fue un acto sencillo

dentro de nuestra humildad

con total veracidad,

las familias acudieron

con sublime lealtad

y después de despidieron.

   Se acabó la ceremonia.

De la iglesia salimos,

a la huerta nos dirigimos

contentos y complacidos,

sutiles cómplices fuimos

de los autos adquiridos.

   Nuestro viaje de boda

se limitó a un paseo

por la huerta y el deseo

ardiente que anocheciera,

me consideraba reo

de aquella sutil montera.

   Acariciaba la noche

con un sentido sexual

y con un fondo en espiral

que me hacía enrojecer,

era un deseo real

que enloquecía mi querer.

   La miraba con pasión

y mí mirada furtiva

se volvía cautiva

ante sus cómplices ojos,

su aroma de deseo iba

acallando mis enojos.

   Parecía no obscurecer,

más la tarde iba cayendo

y me estaba creyendo

que mi onírica fantasía

se iría consumiendo

como gotas de agua fría.

   Cuando más abstraído

estaba en mis pensamientos

buscando los fundamentos

de una noche pasional,

se estremeció mis cimientos

de forma coyuntural.

   Un aire desconcertante

al abrir la puerta entró,

mi ”señorito” surgió

sobrio e impasible,

con dureza esgrimió

su compostura pasible.

   Como patrón exigió

el derecho de pernada,

yacer con desposada

en la noche nupcial,

desflorecer a la casada

y seguir siendo leal.

   Atónito yo quedé

siendo hombre bravío,

mis lágrimas fueron al río

y mis suspiros al viento,

fue tal mi escalofrío

que azoró mi sentimiento.

   Triste quedé impotente

ante aquella petición,

rara era la situación

que produjo un nudo

cuitando mi corazón

hasta que se quedó mudo.

   Maldije aquel derecho,

todo lo que conllevaba

y el modo que usaba

esas perversas tendencias,

con rabia me controlaba,

pero fluían mis dolencias.

   Callé como vil cobarde

y afligido lloré,

cabizbajo yo esperé

razonable solución,

más nada de eso logré

y prosiguió la función.

   Sollozando, afligido,

lloré mi impotencia,

maldije su existencia

y maté mi vanidad,

avivé mi malquerencia

humillando mi verdad.

   Aquel maldito chantaje

toda mi vida marcó,

en la huerta se enterró

al hombre con los valores

que el siempre guardó

con presunción, sin temores.

   Al derecho de pernada

con rabia lo maldigo,

con malevolencia digo

que la muerte es ventura

si ese poder es prefijo

de una antigua locura.

 


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