LOS ANALES DE MULEY(3ª PARTE)(5)
Por YUSUF AL-AZIZ
Enviado el 04/02/2016, clasificado en Varios / otros
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LXVl
O vencía mi timidez
o me quedaba soltero,
eso era lo primero
que tenía que esclarecer
para gozar del frutero
que porta toda mujer.
Con decisión me lancé
a buscarla con talante,
que fuese esposa, amante,
y compañera de viaje;
no la quería arrogante,
pero eso sí, con coraje.
Fue fácil encontrarla
en aquella selva humana
donde el deber emana
de un limpio corazón
que busca una vida sana
pidiendo protección.
Despierto me lancé al ruedo
quebrando al bravo toro
en busca de aquel oro
que me haría opulento
en sentimiento, en decoro,
y me sentiría contento.
Encontré la mejor flor
que podía haber hallado
en un pueblo mermado
por muchas necesidades,
donde ser hombre acallado
ahuyenta las vanidades.
Se selló el noviazgo.
Me llené de fruición
y no perdí la ocasión
de vociferar al viento
mi jovial satisfacción
que ardía mi sentimiento.
Y cada atardecer,
al acabar la jornada,
quieta estaba mi mirada
y mi pensar abstraído
acaparando a mi amada
con su amor florido.
Puntual como cada noche
a su reja acudía
pletórico de alegría
para con ella hablar,
una gran fuerza me decía
que pronto la iba a amar.
Le hablé muy poco tiempo,
pues quería tener esposa
y porque era hermosa,
siempre en ella pensaba
como una bella rosa
con aroma que embriagaba.
Se acordó los esponsales
con sencillez y mesura,
con cordial compostura
nos asimos al destino
y con pasión, con cordura,
anduvimos el camino.
LXVll
Con inusual ilusión
ese día lo esperaba,
y por las noches soñaba
que empezaba a amar
y mi cuerpo se agitaba
a su dulce despertar.
Llegó el día deseado
por las familias, por mí,
a la iglesia acudí
con mucho gozo, contento;
un limpio traje lucí
en tan insigne evento.
Radiante y jubiloso
a la novia esperé
y de sus brazos entré
en mi iglesia querida,
ante mi Dios me postré
y también mi prometida.
Juramos amor eterno
y sellamos nuestro pacto,
fue un sencillo acto
lleno de sinceridad,
prometimos mucho tacto
y decirnos siempre verdad.
En lo bueno, en lo malo,
siempre juntos estaremos,
en los revés lucharemos
juntos hasta el final,
unidos nos mantendremos
de manera personal.
En aquel santo lugar,
como hombre y mujer,
nos prometimos querer,
fue un pacto asumido
y dispuesto a mantener
aquel “si” comprometido.
Fue un acto sencillo
dentro de nuestra humildad
con total veracidad,
las familias acudieron
con sublime lealtad
y después de despidieron.
Se acabó la ceremonia.
De la iglesia salimos,
a la huerta nos dirigimos
contentos y complacidos,
sutiles cómplices fuimos
de los autos adquiridos.
Nuestro viaje de boda
se limitó a un paseo
por la huerta y el deseo
ardiente que anocheciera,
me consideraba reo
de aquella sutil montera.
Acariciaba la noche
con un sentido sexual
y con un fondo en espiral
que me hacía enrojecer,
era un deseo real
que enloquecía mi querer.
La miraba con pasión
y mí mirada furtiva
se volvía cautiva
ante sus cómplices ojos,
su aroma de deseo iba
acallando mis enojos.
Parecía no obscurecer,
más la tarde iba cayendo
y me estaba creyendo
que mi onírica fantasía
se iría consumiendo
como gotas de agua fría.
Cuando más abstraído
estaba en mis pensamientos
buscando los fundamentos
de una noche pasional,
se estremeció mis cimientos
de forma coyuntural.
Un aire desconcertante
al abrir la puerta entró,
mi ”señorito” surgió
sobrio e impasible,
con dureza esgrimió
su compostura pasible.
Como patrón exigió
el derecho de pernada,
yacer con desposada
en la noche nupcial,
desflorecer a la casada
y seguir siendo leal.
Atónito yo quedé
siendo hombre bravío,
mis lágrimas fueron al río
y mis suspiros al viento,
fue tal mi escalofrío
que azoró mi sentimiento.
Triste quedé impotente
ante aquella petición,
rara era la situación
que produjo un nudo
cuitando mi corazón
hasta que se quedó mudo.
Maldije aquel derecho,
todo lo que conllevaba
y el modo que usaba
esas perversas tendencias,
con rabia me controlaba,
pero fluían mis dolencias.
Callé como vil cobarde
y afligido lloré,
cabizbajo yo esperé
razonable solución,
más nada de eso logré
y prosiguió la función.
Sollozando, afligido,
lloré mi impotencia,
maldije su existencia
y maté mi vanidad,
avivé mi malquerencia
humillando mi verdad.
Aquel maldito chantaje
toda mi vida marcó,
en la huerta se enterró
al hombre con los valores
que el siempre guardó
con presunción, sin temores.
Al derecho de pernada
con rabia lo maldigo,
con malevolencia digo
que la muerte es ventura
si ese poder es prefijo
de una antigua locura.
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