..., una bruja.

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Los ojos verdes del gato refulgían como dos esmeraldas en la noche.

    Él los vio a través de la ventana de la cocina y sintió como un escalofrío recorría todo su cuerpo. Aquella no era la primera noche que veía los ojos del gato espectralmente iluminados entre la maleza del boque que se divisaba algunos metros tras la carretera. Lo curioso del hecho no era que el gato permaneciera ahí, inmóvil, observando la casa toda la noche, sino el extraño resplandor que parecían provocar los ojos del gato aún a tantos metros de distancia.

    Si el diablo tiene ojos de demonio este otro tendría que tener ojos de gato, aquello también era peculiar del caso; el gato, porque sabía que era un gato pues, cierta noche se había internado más allá de la carretera para intentar ahuyentar al gato y lo había visto agazapado en un arbusto, pero este no había huido por nada, aunque sí que había presentado pelea lanzándose con las garras por delante, no teníaojos de gato, sus ojos eran extrañamente inteligentes, eran casi malévolos. Aquellos eran los ojos que ahora alcanzaba a contemplar a través de la ventana de la cocina, emitiendo su extraño resplandor en la noche que iluminaba con su extraña luz esmeralda la entrada de la casa.

    A él le parecía que el gato se acercaba cada vez más. Le parecía que ahora estaba más cerca de la casa que hace un par de semanas, y aquello le incomodaba de cierto modo, sentía una especie de pánico a saber a qué se debía el extraño comportamiento del felino. Quizá aquello no era más que un efecto óptico, lo que sí que era real era el hecho de que el gato se escondiera entre los arbustos todas las noches para mirar fijamente la casa. Ahora mismo, como todas las noches, el gato, se encontraba oculto entre los setos iluminando la entrada de la casa intermitentemente, pues, cada vez que este cerraba los ojos para parpadear la luz se mitigaba ligeramente.

    Tras la primera semana que notó a su nuevo vigía del patio delantero y, tras comprobar que efectivamente el gato era agresivo, intentó envenenarlo arrojándole piezas de pollo envenenadas, pero el gato ni siquiera las había mirado; el gato no había apartado la vista de la entrada principal de la casa. Después se dijo que seguramente algo habría atraído su atención, pero, cuando amaneció, se colocó en la misma posición que el gato solía mantener todas las noches y oteo la casa buscando algo que hubiera podido atraer su atención, sin embargo, nada había ahí que pudiera atraer la atención de nadie y, si ese hubiera sido el caso ¿no hubiese otros gatos con el de los ojos extrañamente luminosos? Aquello no se prestaba a discusión; el gato tenía un comportamiento extraño pues, si hubiera habido un nido entre los árboles él hubiera comprendido perfectamente que el gato de los ojos verdes tuviera aquella conducta, pero él revisó cierta mañana, en busca de un nido o cachorros de gato entre la espesura del bosque y nada había ahí.

    Como sea le tenía respeto al gato, pero, si este intentaba entrar a su propiedad le dispararía con la escopeta y lo mataría sin dudarlo. Aquello podía parecer muy cruel, pero si él hubiese aguantado a todos los animales que quisieron colarse en su casa con anterioridad ahora podría montarse un zoológico. Con esa premisa en mente desempolvó su vieja escopeta y la dejó al lado de su cama antes de irse a dormir. De eso hacia cerca de una semana, y el gato todavía continuaba ahí, cada vez más cerca. Ahora se acostaba sobre sus patas delanteras en medio de la carretera sin temer en absoluto ser aplastado por un vehículo que a deshora cruzara aquella carretera. Hacía cosa de dos días había escuchado un automóvil y pensó sin duda que el gato huiría de la carretera, pero cuando había vuelto la vista para ver el automóvil y había llegado, siguiendo su curso con la mirada, al lugar donde el gato siempre solía acostarse a mirar la casa, este había desaparecido; un instante después, tras un simple parpadeo, el gato volvía a estar en su posición inicial.

    Aquel gato no se iría nunca, se lamentó él. Si aquel gato no se iba a ir mejor sería para todos que aprendiera a convivir con él. El gato no podía ser malo después de todo, quizá encontrara incluso una manera de domesticarlo, aquello sería muy gracioso. Sí, quizá pudiera domesticar al gato de los ojos fosforescentes y hacerlo su mascota.

    Al siguiente día, por la noche pues aquel era el único momento en el que el gato se dejaba ver, el hombre salió con un cuenco de leche en mano y lo posó frente a la casa junto a la carretera. El gato se mantuvo inmóvil, pero, tras un segundo de vacilación y después de ver al hombre entrando en la casa se acercó tímidamente y comenzó a lamer la leche asomando su lengua rosada. El hombre sonreía en la casa fascinado por el gato, ahora le parecía bonito. Su espeso negro pelaje, únicamente interrumpido por la barriga rosada, le parecía muy agradable; el gato le parecía en extremo achuchable. Un maullido interrumpió sus pensamientos, aquello era un agradable canto, qué melodioso le parecía y que agradable a los oídos resultaba. A lo largo de su vida había escuchado a gente quejarse del maullido de los gatos, y, sin duda alguna, entendía por qué; pero el maullido de este gato era diferente, más, incompresiblemente, musical. Como si el gato cantara y no maullara. Que extraño gato era aquel que había venido a presentarse ante él.

    Salió a la calle y dejó la puerta abierta. El gato estaba posado en medio de su patio, pero no le parecía que aquello fuera algo malo, más bien le llamó para hacer que el gato se acercara. Este accedió y jugueteó entremetiéndose entre sus piernas mientras ronroneaba, cuando el hombre lo cogió entre las manos para levantarlo y ver directamente aquellos felinos ojos suyos, fue consiente por primera vez de que el color real de los ojos del felino era más ámbar que esmeralda y, aun de cerca, sobre todo de cerca, los ojos del felino refulgían en la oscuridad de la noche.

    -Amber-lo… la nombró. Era hembra, no macho.

    La llevó en brazos hasta el interior de su casa y la dejó en el suelo para que conociera la casa, pero la gata, tímida, no se apartó de él. El hombre no le espetó nada, con tal de tener a la gata en su casa, no le importaba aquello. Se dirigió a su habitación para dormir, pues ya era entrada la noche, con la gata a su estela.

 

    Un horrible ruido lo despertó en la madrugada y, cuando encendió la luz vio que había sido. La gata había estado jugando con la escopeta y se había disparado, yacía, nohabíaduda, muerta en el suelo de la habitación. El hombre se llevó las manos a los ojos para llorar su perdida. Un maullido llamó su atención entonces, la gata se incorporaba viva, alternando su apariencia con la de una desnuda mujer,


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